Jaime Gorriti tomaba todos los días el tren de las 14.35. Y todos los días se fijaba en una estudiante morocha.
Con prudente astucia trataba de ubicarse cerca de ella y, a veces, ligaba una mirada prometedora.
Una tarde empezó a saludarla.
Y algunos días después tuvo ocasión de hacerse ver, ayudándola a recoger unos libros desbarrancados.
Por fin, un asiento desocupado les permitió sentarse juntos y conversar.
Gorriti aceleró y le hizo conocer sus destrezas de picaflor aficionado.
No andaba mal.
La morocha conocía el juego y colaboraba con retruques adecuados.
Sin embargo, los demonios decidieron intervenir.
Saliendo de Haedo, la chica trato de abrir la ventanilla y no pudo.
Sin decir palabra, se fue pasillo adelante y se largó del tren en Morón.
Desde ese día empezó a tomar el tren de las 14.10.
Con prudente astucia trataba de ubicarse cerca de ella y, a veces, ligaba una mirada prometedora.
Una tarde empezó a saludarla.
Y algunos días después tuvo ocasión de hacerse ver, ayudándola a recoger unos libros desbarrancados.
Por fin, un asiento desocupado les permitió sentarse juntos y conversar.
Gorriti aceleró y le hizo conocer sus destrezas de picaflor aficionado.
No andaba mal.
La morocha conocía el juego y colaboraba con retruques adecuados.
Sin embargo, los demonios decidieron intervenir.
Saliendo de Haedo, la chica trato de abrir la ventanilla y no pudo.
Con gesto mundano, Gorriti copó la banca: - Por favor....-
Se prendió de las manijas, tiró hacia arriba con toda su fuerza, y se desgració con un estruendo irreparable. Sin decir palabra, se fue pasillo adelante y se largó del tren en Morón.
Desde ese día empezó a tomar el tren de las 14.10.
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