NUEVO ESPACIO PARA COMPARTIR

En esta foto se ven las montañas "abriendo sus puertas" para que entre la ruta y el río juntos al pueblo, quizás el más lindo de la Argentina, colgado al pie de esa piedra impresionante que es el cerro Fitz Roy.
Ese pueblo que nos invita a pasar es El Chaltén, en la patagónica Santa Cruz.
Esta página, es como esa puerta, que permite mirar en el lugar en que subo algunas de las cosas de mi archivo personal, que me acompaña a todas partes. La mayor parte de ellas, pertenecen a otra gente; otras, las menos, son propias.
Algunas, a algunos cercanos a mi vida, a mis afectos. A una parte de ellas, algunos hábiles talentosos les han puesto música.
Otras no la precisan.
Seguiré buscando y subiendo otras cosas por allí, nuevas y no tanto, las que de a poco se irán haciendo mías también.
Espero que las disfruten tanto como las disfruto yo.
Y si quieren subir algún comentario, será bienvenido..!
(rt)




martes, diciembre 27, 2011

DESARMA Y SANGRA, de Charly García

Tu tiempo es un vidrio, tu amor un fakir,
mi cuerpo una aguja, tu mente un tapiz.
Si las sanguijuelas no pueden herirte,
no existe una escuela que enseñe a vivir.
 
El angel vigía descubre al ladrón,
le corta las manos, le quita la voz,
la gente se esconde o apenas existe,
se olvida del hombre, se olvida de Dios.
 
Miro alrededor, heridas que vienen,
sospechas que van y aquí estoy,
pensando en el alma que piensa
y por pensar no es alma, desarma y sangra...

jueves, diciembre 22, 2011

OTRA VEZ UNA LEY ANTITERRORISTA, de Alejandro Alagia - 22.12.11

Lo que se creía que no volvería a pasar, ocurrió. Sabemos que la pulsión de todo poder punitivo es llevarse siempre algo a la boca.
Confiamos equivocadamente que los juicios por crímenes de masa cometidos por la última dictadura contra una parte de la población definida como enemiga terrorista, era suficiente para no repetir el error de inventar amenazas absolutas.
Por eso cuando se trata de violencia que habilita una ley, el principio que ha de seguirse es la cautela.
Pero los diputados del pueblo han servido un banquete para satisfacción de la ilusión punitiva.
Leemos el lenguaje de castigo del nuevo art. 41 que se quiere en el Código Penal:

“finalidad de aterrorizar a la población, o de obligar a las autoridades públicas nacionales o gobiernos extranjeros, o agentes de una organización internacional, a realizar un acto o abstenerse de hacerlo”.

La pena máxima se aumenta al doble si con el peligrosómetro normativo el juez detecta en cualquier delito una disposición subjetiva como la que la ley describe.
La ley no aumenta las penas únicamente cuando la población se aterroriza, o a una autoridad se le impide hacer o no hacer algo.
Lo que produce escalofrío es el mayor castigo por meras disposiciones internas que el juez observa como síntomas de un potencial enemigo.
Puro derecho penal de ánimo y de peligro.
Una variante normativa del viejo peligrosismo racista.
Sólo una minoría de fundamentalistas del castigo tiene a esta doctrina por verdadera.
Nunca antes el Congreso, desde la recuperación de la democracia, delegó tanto poder punitivo en favor de fuerzas de seguridad y jueces.
No hay nada más equivocado que consolarse con la imagen de banqueros o poderosos perseguidos o presos.
Es desconocer la naturaleza selectiva del poder punitivo.
Esta grave habilitación de más trato cruel la sufrirán grupos vulnerables de la población, sin que se afecte en lo más mínimo el lavado de dinero o la financiación del terrorismo.
Los miles de procesos abiertos en todo el país que criminalizan la protesta, prueban que los jueces no reconocen fácilmente como límite al poder punitivo, el contenido de derechos sociales y políticos constitucionales, o del derecho internacional de los derechos humanos.
Ningún organismo internacional ha podido definir conceptualmente al terrorismo.
Tampoco los sociólogos y criminólogos pueden.
Los juristas menos.
La voracidad punitiva no lo logró con el delincuente subversivo, el demonio o las brujas.
Quizá podríamos ofrecerle algo para que se lleve a la boca, lo que la mayoría reconoce como terrorismo: los delitos de lesa humanidad y genocidio.

* Profesor titular de Derecho Penal, UBA.

martes, diciembre 13, 2011

1984, de Eduardo Galeano - 1984

El Departamento de Estado de los Estados Unidos decide suprimir la palabra asesinato en sus informes sobre violación de derechos humanos en América Latina y en otras regiones.
En lugar de asesinato, ha de decirse: ilegal o arbitraria privación de vida.
Hace tiempo que la CIA evita la palabra asesinar en sus manuales de terrorismo práctico.
Cuando la CIA mata o manda matar a un enemigo, no lo asesina: lo neutraliza.
El Departamento de Estado llama fuerzas de paz a las fuerzas de guerra que los Estados Unidos suelen desembarcar al sur de sus fronteras; y llama luchadores de la libertad a quienes luchan por la restauración de sus negocios en Nicaragua.

DESAFIANDO, de Eduardo Galeano - 1983

Penachos de humo brotan de las bocas de los volcanes y de las bocas de los fusiles.
Los campesinos van a la guerra en burro, con un papagayo al hombro.
Dios era pintor primitivo cuando imaginó esta tierra de hablar suavecito.
Los Estados Unidos, que entrenan y pagan a los contras, la condenan a morir y a matar.
Desde Honduras la atacan los somocistas; desde Costa Rica, Edén Pastora la traiciona.
Y en eso viene el Papa de Roma.
El Papa maldice a los sacerdotes que aman a Nicaragua más que al alto cuello, y manda a callar, de mala manera, a quienes le piden que rece por las almas de los patriotas asesinados.
Tras pelearse con la católica multitud reunida en la plaza, se marcha, furioso, de esta tierra endemoniada.

ABRACADABRA, de Eduardo Galeano - Marzo de 2006

"Aquí no hay desaparecidos" fue, durante treinta años, la versión oficial en el Uruguay. Ahora empiezan a aparecer. Muertos en la tortura, enterrados en los cuarteles.
En el sepelio del primero de ellos, que el 14 de marzo congregó a una multitud en las calles de Montevideo, habló Eduardo Galeano.

Cada 14 de marzo, las uruguayas y los uruguayos que fueron presas y presos de la dictadura celebran el Día del Liberado.
Es algo más que una coincidencia.
Los desaparecidos que están empezando a aparecer, Ubagesner Chaves, Fernando Miranda, nos llaman a luchar por la liberación de la memoria, que sigue presa.
Nuestro país quiere dejar de ser un santuario de la impunidad, impunidad de los asesinos, impunidad de los ladrones, impunidad de los mentirosos, y en esa dirección estamos dando, por fin, después de tantos años, los primeros pasos.
Este no es un fin de camino. Es un inicio.
Mucho costó, pero estamos empezando el duro y necesario recorrido de la liberación de la memoria en un país que parecía condenado a pena de amnesia perpetua.
Todos los que aquí estamos compartimos la esperanza de que más temprano que tarde habrá memoria y habrá justicia, porque la historia enseña que la memoria puede sobrevivir porfiadamente a todas sus prisiones y enseña que la justicia puede ser más fuerte que el miedo, cuando la gente la ayuda.
Dignidad de la memoria, memoria de la dignidad.
En el desigual combate contra el miedo, en ese combate que cada uno libra cada día, ¿qué sería de nosotros sin la memoria de la dignidad?
El mundo está sufriendo un alarmante desprestigio de la dignidad.
Los indignos, que son los que en el mundo mandan, dicen que los indignados somos prehistóricos, nostalgiosos, románticos, negadores de la realidad.
Todos los días, en todas partes, escuchamos el elogio del oportunismo y la identificación del realismo con el cinismo, el realismo que obliga al codazo y prohíbe el abrazo, el realismo del vale todo y del arreglate como puedas y si no podés, jodete.
El realismo, también, del fatalismo.
El más jodido de los muchos fantasmas que acechan, hoy por hoy, a nuestro gobierno progresista, aquí en el Uruguay, y a otros nuevos gobiernos progresistas de América latina. El fatalismo, perversa herencia colonial, que nos obliga a creer que la realidad puede ser repetida, pero no puede ser cambiada, que lo que fue es y será, que mañana no es más que otro nombre de hoy.
Pero, ¿acaso no fueron reales, acaso no son reales, las mujeres y los hombres que han luchado y luchan por cambiar la realidad, los que han creído y creen que la realidad no exige obediencia?
¿No son reales Ubagesner Chaves y Fernando Miranda y todos los que están llegando, desde el fondo de la tierra y del tiempo, a dar testimonio de otra realidad posible?
Y todas y todos los que con ellos creyeron y quisieron, ¿no fueron, no siguen siendo reales?
¿Fueron irreales los verdugos, irreales las víctimas, irreales los sacrificios de tanta gente en este país que la dictadura convirtió en la mayor cámara de torturas del mundo?
La realidad es un desafío.
No estamos condenados a elegir entre lo mismo y lo mismo.
La realidad es real porque nos invita a cambiarla y no porque nos obliga a aceptarla. Ella abre espacios de libertad y no necesariamente nos encierra en las jaulas de la fatalidad.
Bien decía el poeta que un gallo solo no teje la mañana. No estuvo solo en la vida, y en la muerte no está solo, este criollo Ubagesner, de nombre tan raro, que hoy es un símbolo de nuestra tierra y nuestra gente.
Este militante obrero encarna el sacrificio de muchas compañeras y de muchos compañeros que creyeron en nuestro país y en nuestra gente, y que por creer se jugaron la vida.
Hemos venido a decirles que valió la pena.
Hemos venido a decirles que no se murieron por morir nomás.
Aquí estamos hoy, reunidos, para decirles qué razón tienen los tangos en eso de que la vida es un ratito, pero hay vidas que duran asombrosamente mucho, porque duran en los demás, en los que vienen.
Tarde o temprano nosotros, caminantes, seremos caminados, caminados por los pasos de después, así como nuestros pasos caminan, ahora, sobre las huellas que otros pasos dejaron.
Ahora que los dueños del mundo nos están obligando a arrepentirnos de toda pasión, ahora que tan de moda se ha puesto la vida frígida y mezquina, no viene nada mal recordar aquella palabrita que todos aprendimos en los cuentos de la infancia, abracadabra, la palabra mágica que abría todas las puertas, y recordar que abracadabra significa, en hebreo antiguo: "Envía tu fuego hasta el final".
Esta jornada, más que sepelio, es una celebración.
Estamos celebrando la memoria viva de Ubagesner y de todas y de todos las mujeres y los hombres generosos que en este país enviaron su fuego hasta el final, los que nos siguen ayudando a no perder el rumbo, y a no aceptar lo inaceptable, y a no resignarnos nunca, y a nunca bajarnos del caballito lindo de la dignidad.
Porque en las horas más difíciles, en aquellos tiempos enemigos, en los años de mugre y miedo de la dictadura militar, ellos supieron vivir para darse y se dieron enteros, se dieron sin pedir nada a cambio, como si viviendo cantaran aquella antigua copla andaluza que decía, y dice todavía, por siempre dice:
Tengo las manos vacías, pero las manos son mías...!!

LA CELESTE, QUE ESTUVO EN LOS CIELOS, de Eduardo Galeano - Julio de 2007

Hace más de medio siglo que el Uruguay fue campeón del mundo, en el inmenso estadio Maracaná.
Desde entonces, traicionados por la realidad, buscamos consuelo en la memoria.
Si aprendiéramos de ella, todo bien, pero no: nos refugiamos en la nostalgia cuando sentimos que nos abandona la esperanza, porque la esperanza exige audacia y la nostalgia no exige nada.
El Bebe Cóppola, de profesión peluquero, era también el director técnico del club de fútbol del pueblo de Nico Pérez.
Esta era la orientación ideológica que daba a sus jugadores:
“La pelota al suelo, los punteros bien abiertos y buena suerte muchachos…!”
El Bebe Cóppola no tuvo nada que ver con Maracaná.
Pero fue como si lo estuvieran escuchando: así de simple, así de bien, jugaron aquellos uruguayos la final de 1950.
Más de medio siglo después, todo al revés: jugamos al pelotazo y que Dios se apiade; nuestros punteros, los wings, los alados, ya no vuelan y parecen más bien sonámbulos que deambulan por el centro de la cancha; nuestro fútbol es cerrado, avaro, pesado; y la buena suerte no nos acompaña. Mucho no la ayudamos, la verdad sea dicha, aunque nos sobran ideólogos dispuestos a proporcionar inteligentísimas explicaciones a cada uno de nuestros desastres.
En aquella final de Maracaná, Uruguay cometió la mitad de las faltas que cometió Brasil.
Pero más de medio siglo después, abundan los uruguayos que dentro y fuera de la cancha confunden el coraje con las patadas, y creen que la garra charrúa es otro nombre del crimen. En los partidos internacionales, nunca faltan los inflamados locutores y los hinchas rugientes que antes gritaban: métale, métale, y ahora mandan: mátelo, mátelo. Y hasta hay expertos comentaristas que elogian lo que llaman la falta bien hecha, que es el asesinato cometido cuando el árbitro está de espaldas, y la patada de ablande, que es la que se propina cuando el partido recién empieza y el árbitro no se anima a echar a nadie.
Hemos llegado a creer que no hay nada más uruguayo que jugar al borde de la tarjeta roja. Y si el árbitro la muestra, y quedamos con diez jugadores, ésta es la prueba de que el rival juega con doce: el juez nos ha robado, una vez más, el partido.
Y entonces la autocompasión, pobrecito paisito, se nos llena de diminutivos.
A partir de Maracaná, en realidad, hemos ido de mal en peor.
Quizás algo tenga que ver la decadencia del fútbol con la crisis de la educación pública.
Nuestros años dorados han quedado muy atrás: en la década del veinte fuimos dos veces campeones olímpicos, en 1930 ganamos el primer campeonato mundial y 1950 fue nuestro canto del cisne. Aquellos milagros parecían inexplicables, en un país con menos gente que un barrio de Ciudad de México, San Pablo o Buenos Aires.
Pero desde principios de siglo nuestra educación pública, laica y gratuita había sembrado campos de deporte en todo el país, para educar el cuerpo sin divorciarlo de la cabeza y sin distinguir pobres de ricos.
Un drama de identidad.
Triste anda quien no se reconoce en la sombra que proyecta.
Y entre las causas de nuestra desdicha futbolera, que es la gran desdicha nacional, hay que mencionar también la venta de gente.
Exportamos mano de obra y también pie de obra.
Los uruguayos, habitantes de un país deshabitado, estamos desparramados por el mundo. Nuestros jugadores también. Tenemos 248 futbolistas profesionales en 39 países.
El fútbol es un deporte asociado, una creación colectiva, y no resulta nada fácil armar una selección nacional con jugadores que se conocen en el avión.

De fútbol somos.
El lenguaje cotidiano lo revela:
• quien no hace caso, no da pelota
• quien elude su responsabilidad o desvía la atención, tira la pelota afuera
• para enfrentar una crisis, hay que parar la pelota o ponerse la pelota bajo el brazo
• quien hace algo bien, mete un gol, y si lo hace muy bien, un golazo
• quien da una respuesta justa, pone la pelota cortita y al pie
• quien comete deslealtades, ensucia el partido, embarra la cancha, pega de atrás
• quien se equivoca por poquito, pega en el palo
• una buena respuesta es una buena atajada
• quien se descoloca en cualquier situación queda fuera de juego
• quien se equivoca feo se hace un gol en contra
• los niños muy niños están empezando el partido
• los viejos muy viejos están jugando los descuentos
• cuando la mujer echa de casa al marido infiel, le saca tarjeta roja

Los uruguayos, pueblo futbolizado, creemos que la patria se acabó en Maracaná. En el fondo, sospecho, el problema está en que todavía creemos en esta gran mentira impuesta como verdad universal, esta infame ley de nuestro tiempo que nos obliga a ganar para demostrar que tenemos el derecho de existir.
Pero nuestra mayor victoria en el Mundial de 1950 ocurrió después del partido que nos coronó en Maracaná.
Nuestro triunfo más alto encarnó en el gesto de Obdulio Varela, el capitán celeste, el caudillo del equipo.
Al fin del partido, él huyó del hotel y del festejo.
Y se fue a caminar y pasó la noche bebiendo en los bares de Río, callado la boca, de bar en bar, abrazado a los vencidos.

lunes, diciembre 12, 2011

DOCTOR GALARZA, de Eduardo Galeano

Hace muchos años, yo era un pibe, trabajé en un banco como cadete.
Me mandaban a las sucursales más lejanas.
Una vez llegué a Cerro Chato, que como su nombre lo indica, no tiene ningún cerro, ni alto ni bajo, ni chato.
Allí, la principal referencia era la casa del Doctor Galarza.
Todo quedaba a dos cuadras, a la vuelta, hacia la derecha o hacia la izquierda de la casa del Doctor Galarza.
Y pregunté si Galarza era abogado o médico.
Ninguna de las dos cosas, me dijeron los lugareños.
El viejo Galarza, el padre de este tipo, quería tener un hijo con diploma. Cuando el niño nació y su padre vio que no era digno de confianza, le puso de nombre Doctor.
Doctor de nombre y Galarza de apellido...

OKUPANDO A GÓNGORA, de Arturo Pérez Reverte - 28.11.11

Varias veces les he hablado en esta página del barrio de las letras de Madrid, donde hace tres siglos se cruzaban cada mañana, camino de comprar el pan, los periódicos o lo que se comprase entonces, Quevedo, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Góngora y el buen don Miguel de Cervantes, entre otros. Cada cual, como españoles de fina casta que eran, con sus fobias, envidias, desprecios y descalificaciones mutuas a punto de nieve.
También comenté en alguna ocasión que si un barrio con semejante pedigrí hubiera estado en Londres o París, todo el lugar sería hoy un inmenso museo al aire libre cuajado de bibliotecas, placas conmemorativas, monumentos y autobuses con turistas.
Pero donde está es en Madrid, a ver si me entienden.
Capital de España, o de lo que sea este puticlub de carretera.
Así que pueden imaginar la diferencia...
Una de esas diferencias ocurrió hace unos días.
Y lo más simpático no es la anécdota, sino su desarrollo y posterior tratamiento mediático.
Un grupo de okupas se había instalado, mediante el procedimiento tradicional de patada a la puerta y de aquí no me saca ni Kristo bendito, en una casa de la calle Huertas en la que vivió Góngora después de que su enemigo mortal Francisco de Quevedo comprase su anterior vivienda, a fin de darse el gustazo de echarlo a la calle.
La casa - ya hemos precisado que hablamos de Madrid - estaba hecha una piltrafa, decrépita y llena de escombros. Así que los okupas se instalaron tan ricamente con su parafernalia habitual, también llamada ajuar perroflauta de toda la vida. Con la seguridad, por otra parte, que a cualquier okupa bien informado le da saber con certeza absoluta que en España, líder mundial en libertades y derechos del hombre y la mujer, si te metes por el morro en una casa ajena, es seguro que entre el hecho, la demanda del propietario, la decisión judicial y la ejecución de la sentencia de desalojo, si llega a producirse, y dependiendo de que el juez sea compañero de carrera o colega de universidad del abogado de una parte o de la otra, pueden transcurrir veinte años. O más.
El caso es que esos inquilinos por la kara estaban instalados en la antaño gongorina y ahora ruinosa morada, gozando de pleno derecho las innumerables facilidades que la Justicia española en general y el Ayuntamiento de Madrid en particular prestan a esta suerte de bonitas iniciativas populares.
Pero siempre hay un pelo en la sopa.
En ésas, algún propietario desesperado, impaciente, y si rascamos un poco seguro que fascista, racista, machista, violento, homófobo y misógino -etiquetas que en España suelen atribuirse en bloque a cualquiera que no se baje los calzones y ofrezca el ojete sin rechistar - debió decidir que aquella situación la solucionaba él a título personal, por el artículo catorce. Así que cuatro individuos fornidos tiraron la puerta, cogieron a los okupas en brazos y los sacaron a la calle.
Acto reprobable, éste, que acogiéndome a la retórica al uso me apresuro a calificar - conste en acta para que no haya dudas sobre mi punto de vista ético - de terrorismo urbano.
Incluso de genocidio perroflauta.
De mi opinión debieron ser también los desalojados; pues en seguida pidieron apoyo a través de las redes sociales, y al poco se congregaron tres docenas de presuntos representantes del 15 - M exigiendo reparación aún más indignados si cabe; pues la policía, que acabó presentándose, no actuó contra los malvados desalojadores ni devolvió las cosas al statu quo ante. Como si no estuviera clarísimo y consagrado por el uso hispano que, entre patada a la puerta de un okupa y patada a la puerta de un propietario, el segundo es quien actúa al margen de la ley, y el primero es la verdadera víctima del asunto. Por favor. A estas alturas...
Por cierto: escalofriante testimonio sobre la demencial pesadilla sufrida por los desalojados - algunos periodistas parecían compartir su asombro y justa indignación - fue el de una joven que afirmó, aún nerviosa del soponcio, que lo había pasado muy mal al verse sacada así a la calle, de sopetón, y que lo que había hecho el propietario de la casa era una infamia social de las que no tenían nombre, ni apellidos.
Tras cuyo pertinente telediario, supongo, el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid enviaron con suma urgencia un equipo de psicólogos y psicólogas para aliviarle el trauma.
Eso me lleva a sugerir sin reservas que en las próximas okupaciones, tanto si son en las casas ruinosas de Góngora, Quevedo o Cervantes como en la del Payaso Fofó - que también tiene calles en España, y posiblemente en mayor número y con la placa más grande -, la policía abandone esa vergonzosa pasividad que me atrevo a calificar de filonazi y proteja de propietarios y otros energúmenos a quienes debe proteger.
Que para eso cobra, la muy perra.

sábado, diciembre 03, 2011

VIEJO, de Las Pastillas del Abuelo

Quien diga que soy ateo, que no creo en lo perfecto
que yo siempre en todo veo algún mínimo defecto.
Está muy equivocado porque yo no creo en dios
pero soy el portavoz de un ser humano criado
en la calle, en la pobreza, tiempos de corazón sano,
poca comida en la mesa, otra cabeza y los abuelos de Lugano.

En su escala de valores el pone siempre primero,
sobre todo, la importancia de un corazón entero.
Bien parado o en la lona, hay que ser buena persona,
dice aquel que a mi me guía, noche a noche y día a día,
noche a noche y día a día.

Quien diga que soy ateo esta muy equivocado,
como ya les he contado hay alguien en quien yo creo.
Suerte de mitología humana se hace presente ante a mi,
y en eso, así como así, embellece mis mañanas.
Gracias al que nació en un conventillo, al que creció en un potrero
y si creen que exagero, conózcanlo, pero antes sáquense el sombrero..!

En su escala de valores él pone siempre primero,
sobre todo, la importancia de un corazón entero.
Bien parado o en la lona hay que ser buena persona,
dice aquel que a mi me guía, noche a noche y día a día.
A él la vida le dio todo, y él le devolvió el doble,
de movida ofrece el codo y un corazón puro y noble,
Lo juro por mi pellejo: para mí, Dios es mi viejo.
Para mí, Dios es MI VIEJO..!

viernes, noviembre 18, 2011

LA MALDICIÓN DE MALINCHE, de Gabino Palomares

Del mar los vieron llegar, mis hermanos emplumados,
eran los hombres barbados de la profecía esperada.
Se oyó la voz del monarca de que el Dios había llegado
y les abrimos la puerta por temor a lo ignorado.

Iban montados en bestias, como demonios del mal
iban con fuego en las manos y cubiertos de metal.
Sólo el valor de unos cuántos les opuso resistencia
y al mirar correr la sangre se llenaron de vergüenza.

Porque los dioses ni comen, ni gozan con lo robado
y cuando nos dimos cuenta ya todo estaba acabado.
En ese error entregamos la grandeza del pasado
y en ese error nos quedamos trescientos años esclavos.

Se nos quedó el maleficio de brindar al extranjero
nuestra fe, nuestra cultura nuestro pan, nuestro dinero.
Y les seguimos cambiando oro por cuentas de vidrio
y damos nuestra riqueza por sus espejos con brillo.

Hoy en pleno siglo XX, nos siguen llegando rubios
y les abrimos la casa, y los llamamos amigos.
Pero si llega cansado un indio de andar la sierra,
lo humillamos, y lo vemos como extraño por su tierra.

Tú, hipócrita que te muestras humilde ante el extranjero,
pero te vuelves soberbio con tus hermanos del pueblo.

¡Oh, Maldición de Malinche! ¡Enfermedad del presente!
¿Cuándo dejarás mi tierra? ¿Cuándo harás libre a mi gente?

lunes, noviembre 07, 2011

POEMA 53, del Libro “La Ciudad”, de Gonzalo Millán

El río invierte el curso de su corriente.
El agua de las cascadas sube.
La gente empieza a caminar retrocediendo.
Los caballos caminan hacia atrás.
Los militares deshacen lo desfilado.
Las balas salen de las carnes.
Las balas entran en los cañones.
Los oficiales enfundan sus pistolas.
La corriente se devuelve por los cables.
La corriente penetra por los enchufes.
Los torturados dejan de agitarse.
Los torturados cierran sus bocas.
Los campos de concentración se vacían.
Aparecen los desaparecidos.
Los muertos salen de sus tumbas.
Los aviones vuelan hacia atrás.
Los “rockets” suben hacia los aviones.
Allende dispara.
Las llamas se apagan.
Se saca el casco.
La Moneda se reconstituye íntegra.
Su cráneo se recompone.
Sale a un balcón.
Allende retrocede hasta Tomás Moro.
Los detenidos salen de espalda de los estadios.
11 de Septiembre.
Regresan aviones con refugiados.
Chile es un país democrático.
Argentina es un país democrático.
Las fuerzas armadas respetan la constitución.
Uruguay es un país democrático.
Los militares vuelven a sus cuarteles.
Renace Neruda.
Vuelve en una ambulancia a Isla Negra.
Le duele la próstata. Escribe.
Víctor Jara toca la guitarra. Canta.
Los discursos entran en las bocas.
El tirano abraza a Prat.
Desaparece. Prat revive.
Los cesantes son recontratados.
Los obreros desfilan cantando.
Venceremos!

martes, noviembre 01, 2011

MADRES, BURKAS Y MARUJAS, de Arturo Pérez Reverte - 31.10.11

En 1991, mientras esperaba en Dahrán la ofensiva norteamericana para liberar Kuwait, presencié un suceso curioso.
Frente al mercado Al Shula había un vehículo militar con una soldado norteamericana al volante.
En Arabia Saudí está prohibido que las mujeres conduzcan automóviles; así que una pareja de mutawas -especie de policía religiosa local- se detuvo a increpar a la conductora. Incluso uno de ellos le golpeó con una vara el brazo que, con la manga de camuflaje remangada, apoyaba en la ventanilla. Tras lo cual, la conductora -una sargento de marines de aspecto nórdico- bajó con mucha calma del coche y le rompió dos costillas al de la vara. Ésa fue la causa de que durante el resto de la guerra, a fin de evitar esa clase de incidentes, la Mutawa fuese retirada de las calles de Dahrán.
Pensé en eso el otro día, al enterarme de un nuevo asunto de chica con problemas por negarse a ir a clase sin el pañuelo islámico llamado hiyab.
Y recuerdo la irritación inicial, instintiva, que sentí hacia ella.
Mi íntimo malhumor cuando me cruzo en la calle con una mujer cubierta con velo, o cuando oigo a una joven musulmana afirmar que se cubre la cabeza en ejercicio de su libertad personal.
Cómo no se dan cuenta, me digo..!!
Cómo no les escuece igual que ácido en la cara la sumisión, tan simbólica como real, a que se someten.
Recuerdo, por ejemplo, que hace cuarenta años mi madre aún necesitaba la firma de su marido para sacar dinero del banco. Y me llevan los diablos. Tanto camino, me digo. Tanta lucha y esfuerzo de las mujeres para conseguir dignidad, y ahora una niñata y cuatro fátimas de baratillo -como las llamaría el capitán Haddock- pretenden hacernos volver atrás, imponiendo de nuevo, en la Europa del siglo XXI, la sumisión irracional al hombre y a las reglas hechas por el hombre. Reclamando tolerancia o respeto para esa infamia.
Pero no es tan simple, concluyo cuando me sereno.
Incluso aunque digan actuar con libertad, esas mujeres siguen siendo víctimas de un mundo cuyas reglas fueron impuestas por los hombres para garantizarse el control de su virginidad, su fertilidad y su fidelidad.
Después de escucharnos decir lo libres de conducta que pueden y deben ser, esa muchacha o la señora del velo van a casa y se cruzan en la escalera con el imán de su mezquita, que vive en el quinto piso, o con el chivato hipócrita que a veces incluso luce una pasa en la frente -ese moratón de pegar cabezazos en el suelo al rezar, para que todos sepan lo buen musulmán que es uno-, que vive en el segundo. Y con ellos, y con el padre, el marido o el abuelo que están en casa, esas mujeres tienen que convivir cada día, y casarse, y criar familia, y ser respetadas por una comunidad donde la religión suele estar por encima de las leyes civiles, o las inspira.
Una sociedad endogámica, especializada en marcar y marginar -cuando no encarcelar o ejecutar- a quienes discrepan o se rebelan; y cuyos más radicales clérigos, esos imanes fanáticos que recomiendan a sus fieles machacar a las mujeres para que no se desmanden, son tolerados y hasta amparados, de manera suicida, por una sociedad occidental demagoga, estúpida, desorientada, con el pretexto de unos derechos y libertades que ellos mismos niegan a sus feligreses.
Todo eso, en vez de ponerlos en la frontera en el acto, si son extranjeros, o meterlos en la cárcel, si son de aquí, cada vez que humillan o amenazan a la mujer en una prédica.
Una sociedad, la nuestra, incapaz de plantearse el verdadero nudo del problema: si una niña que durante catorce años fue a un colegio normal, entre chicos y chicas, resuelve de pronto ponerse un pañuelo en la cabeza, es que algo con ella estuvo mal hecho. Que alguna cosa no funciona en el método; falto de una firmeza, una claridad de ideas y una persuasión que no tenemos.
En todo caso, si a menudo es la mujer la que elige ser hembra sumisa en vez de sargento de marines, y con su pasividad o complicidad educa a los hijos en esclavitudes idénticas a las que ella sufrió, tampoco es justo que el Islam se lleve todas las bofetadas.
En materia de esclavitudes, sumisión y transmisión de costumbres a hijas y nietas, igual de infame es el espectáculo de esas españolísimas marujas presuntamente modernas, libres y respetables, que babean en programas de televisión aplaudiendo y diciendo te queremos y envidiamos, guapa, bonita, a fulanas que encarnan lo que, en el fondo y a menudo en la forma, a ellas les habría gustado ser, y desean para sus propias hijas: analfabetas sin otra aspiración en la vida que convertirse en putizorra de plató televisivo.
Y esos aplausos y admiración -hasta autógrafos les piden, las tontas de la pepitilla- me parecen tan indignos y envilecedores para las mujeres, tan turbios y reaccionarios, como un burka que las cubra de la cabeza a los pies.

domingo, octubre 30, 2011

ROMANCE DEL PRISIONERO, Anónimo

Que por mayo era por mayo, cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan y están los campos en flor,
cuando canta la calandria y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados van a servir al amor.
Sino yo, triste, cuitado, que vivo en esta prisión,
que ni sé cuándo es de día ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero; ¡déle Dios mal galardón!

EL PUEBLO VICTORIOSO, de Pablo Neruda

Está mi corazón en esta lucha.
Mi pueblo vencerá.
Todos los pueblos vencerán, uno a uno.
Estos dolores se exprimirán como pañuelos hasta estrujar tantas lágrimas vertidas en socavones del desierto, en tumbas, en escalones del martirio humano.
Pero está cerca el tiempo victorioso.
Que sirva el odio para que no tiemblen las manos del castigo, que la hora llegue a su horario en el instante puro, y el pueblo llene las calles vacías con sus frescas y firmes dimensiones.
Aquí está mi ternura para entonces.
La conocéis.
No tengo otra bandera..!

martes, octubre 11, 2011

UN MUCHACHO CON UN LIBRO, de Arturo Pérez Reverte - 3.10.11

Estoy sentado donde suelo hacerlo cuando me encuentro en la plaza Mayor de Madrid, que es la terraza del bar Andaluz. Me gusta instalarme allí con un libro al sol de invierno o a la sombra del verano; y de vez en cuando, levantando la mirada, ver pasar a la gente o conversar con los camareros: dos viejos amigos que, desde su privilegiado observatorio, toman el pulso diario a la condición humana con singular sabiduría y precisión.
Estoy allí, como digo, observando a ratos a los habituales que se buscan la vida en la plaza: el acordeonista virtuoso aunque no siempre oportuno, el que hace pompas de jabón, el Spiderman barrigudo que se fotografía con los paseantes.
Y observo, una vez más, que la peña resulta agarradísima a la hora de aforar una chapa. Igual dan guiris o de aquí: ven a Bart Simpson en la plaza, se ponen al lado para hacerse una foto, y luego se largan sin dar las gracias ni soltar, por supuesto, una pequeña propina. Dando por sentado, los miserables, que el fulano que pasa todo el día al sol con tres kilos de paño encima está allí por simpatía y amor al arte, para que ellos se hagan fotos sonriendo felices, por la cara.
En una mesa cercana hay un muchacho que lee un libro.
Tiene unos diecisiete o dieciocho años, está solo, y llama la atención porque no es frecuente encontrar lectores en este paraje. Está concentrado en las páginas, y de vez en cuando cierra el libro y se queda mirando la plaza sin verla, con la expresión de quien permanece ajeno a cuanto ocurre ante sus ojos. Con esa mirada ausente que todo lector conoce como propia: la de quien se detiene en el acto de leer pero no interrumpe la lectura, sino que sigue inmerso en las imágenes o las ideas que el libro suscita. Uno de los camareros pasa por mi lado y sonríe dirigiéndole una mirada de simpatía al muchacho, como si dijera: ahí tiene usted a un potencial cliente, o por lo menos a un colega devorador de letra impresa.
Me pregunto qué lee el muchacho. Por qué mundos andará, merced al libro que tiene en las manos.
Con la curiosidad natural entre hermanos de la costa, hago esfuerzos por ver la tapa del volumen, arriesgando descoyuntarme las cervicales. Por el grosor y formato, parece una novela. No consigo ver el título ni la portada. Lo que está claro es que al joven le interesa mucho lo que lee, pues pasa las páginas con la decisión del lector seguro de sí; y cuando levanta la vista sostiene el volumen con ese tacto familiar, confianzudo, de quien siente con un libro en las manos el mismo consuelo, o confianza, que un pistolero al sopesar un revólver con seis balas en el tambor.
Mucho se equivocan, pienso una vez más, quienes afirman que una tableta electrónica borrará el libro de papel de las necesidades humanas.
Porque un libro no sirve sólo para leer.
Sirve también para que su peso tranquilice las manos lectoras, para subrayar y ajar sus páginas con el uso, para regalar el ejemplar leído a personas a las que quieres. Para ver amarillear sus páginas con los años sobre los viejos subrayados que hiciste cuando eras distinto a quien ahora eres. Para decorar -no hay cuadro ni objeto comparable en belleza- una habitación o una casa. Para amueblar una vida.
El muchacho ha cerrado el libro y me parece advertir, aunque no distingo título ni autor, una ilustración en la tapa que parece un velero antiguo.
Quizá se trate de una novela sobre el mar, concluyo.
Tal vez en este momento el muchacho no está aquí sino empeñado a cañonazos, corriendo un temporal con sólo la gavia rizada del trinquete, apretando los dientes mientras empuña el arpón. Quizá en este momento navegue hacia islas a las que nunca llegan órdenes de captura, busque a los náufragos del Raquel, recorra entre astillazos la cubierta de la Surprise, o ice la bandera del corsario alemán Emdem para el último combate en las islas Cocos. Quizá -o sin duda- ese joven lector ha descubierto ya que para adueñarse cómodamente de ésos y otros mundos, para llenar la existencia propia de experiencias ajenas y vivir mil vidas que de otro modo serían imposibles, basta con abrir las tapas de un libro.
Al fin, el muchacho cierra su volumen, lo guarda en la mochila y se marcha.
Lo sigo con la vista, deseándole silenciosamente suerte en zafarranchos, temporales y arribadas.
Que tengas buen viento y buena caza, chaval. Le deseo.
Que la vida te depare valor en combates y abordajes, dignidad en las derrotas, serenidad en los naufragios, amigos leales y hermosas mujeres a bordo o esperándote en los puertos.
Y mientras se aleja me parece verlo caminar balanceándose ligeramente, tranquilo, alerta, afirmando los pies con seguridad a cada paso.
Como si en ese momento cruzara su particular línea de sombra pisando la cubierta inestable de un barco, y en el libro que lleva en la mochila hubiese aprendido cómo hacerlo.

viernes, septiembre 02, 2011

LA PALLIRI, de Manuel J. Castilla

Qué trabajo más simple que tiene la palliri..!
Sentada sobre el cáliz de su propia pollera
elige con los ojos unos trozos de roca,
que despedaza a golpes de martillo en la tierra.
Un silencio nocturno le trepa por las trenzas,
y oscurece la arcilla de sus manos morenas.

Qué inútil que sería decir que en sus miradas
hay un pozo de sombra y otro pozo de ausencia;
que pudo ser pastora de las nubes,
y se quedó en minera,
que pudo hilar sus sueños por las cumbres
viendo bailar la rueca.

La palliri no canta,
ni tampoco hila sueños.
La mirada en la tierra,
y en la cabeza el cielo,
de mañana y de tarde
busca sólo el silencio,
y cuando está a su lado
lo quiebra contra el suelo.

Y no sabe que a ratos, entre sus brazos recios,
se duerme el martillo como un niño de hierro.

*Palliri: mujer que selecciona los minerales.

LA POMEÑA, de Manuel J. Castilla y Gustavo Cuchi Leguizamón

Eulogia Tapia en La Poma
al aire da su ternura,
si pasa sobre la arena
y va pisando la luna.

El trigo que va cortando
madura por su cintura,
mirando flores de alfalfa
sus ojos negros se azulan.

El sauce de tu casa
te está llorando,
porque te roban, Eulogia,
carnavaleando.

La cara se le enharina,
la sombra se le enarena,
cantando y desencantando
se le entreveran las penas.

Viene en un caballo blanco,
la caja en sus manos tiembla,
y cuando se hunde en la noche
es una dalia morena.

martes, agosto 30, 2011

PENUMBRAS, de Sandro y Anderle

La noche se perdió en tu pelo,
la luna se aferró a tu piel,
y el mar se sintió celoso,
y quiso en tus ojos, estar él también...

Tu boca, sensual, peligrosa,
tus manos la dulzura son.
Tu aliento, fatal fuego lento
que quema mis ansias y mi corazón.

Ternura que sin prisa apuras,
caricias que brinda el amor.
Caprichos muy despacio dichos
entre la penumbra de un suave interior.

Te quiero, y ya nada me importa.
la vida lo ha dictado así.
Si quieres, yo te doy el mundo,
pero no me pidas que no te ame así.

IMAGINE, de John Lennon

Imagine there's no heaven,
it's easy if you try
No hell below us,
above us only sky
Imagine all the people living for today

Imagine there's no countries,
It isn't hard to do.
Nothing to kill or die for,
and no religion too
Imagine all the people living life in peace

You may say I'm a dreamer,
but I'm not the only one,
I hope some day you'll join us
And the world will be as one

Imagine no possessions,
I wonder if you can.
No need for greed or hunger
a brotherhood of man
Imagine all the people sharing all the world

You may say,,I'm a dreamer
but I' m not the only one,
I hope some day you'll join us,
and the world will live as one.

YO NUNCA SUPE MÁS DE TÍ, de Sergio Denis

Tú, que renunciaste a todo por seguirme a mí,
tú que me diste sueños y me diste paz,
y que estuviste siempre cuando te llamé.
Yo, no sé si te busqué por soledad o por qué,
tal vez me equivoqué no quise hacerte mal,
yo, simplemente, te necesité...

No, no pienses nunca que yo te mentí,
yo cuando dije amarte lo sentí,
equivocado o no, sé que te amé...
Hoy, en el vacío que mi vida es,
como quisiera volver a empezar,
volverme a enamorar, a enamorar..

Yo, no sé si te busqué por soledad o por qué,
tal vez me equivoqué no quise hacerte mal,
yo, simplemente, te necesité...

Y ahora que estoy solo, en el silencio de este cuarto vacío
recuerdo todas nuestras cosas: nuestro primer encuentro,
nuestro primer día, nuestro primer beso,
nuestras primeras caricias,
tu vergüenza y la mía y tu risa, y tu risa...

No, no pienses nunca que yo te mentí,
yo cuando dije amarte lo sentí,
equivocado o no, sé que te amé...
Hoy, en el vacío que mi vida es,
como quisiera volver a empezar,
volverme a enamorar, a enamorar...

Cómo quisiera volver a empezar,
pero yo nunca supe más de tí.

lunes, agosto 29, 2011

DEL CIELO A LOS ANDENES, de Marcelo Boccanera

Apretando los ojos, cerrándolos bien fuerte,
tirando pa' delante, vuelvo a ir
a deshilvanar nuevos desafíos,
a enfrentar al tablero de ajedrez,
dando al filo de este amor mío.

Derrumbando paredes que crecieron sin dueño
como un ser insolente vuelvo a ir,
a descubrir el fin de los caminos,
a respirar el aire que quedó;
después de tanto gris hay mucho frío.

Y voy a cancelar las lluvias y los trenes
que siempre han ido en rumbo equivocado,
vaciándonos del cielo a los andenes.
Y voy a desnudar la piel y la locura,
a hacer bien lo hondo de cada razón,
poniendo una cuota de cordura,
el resto lo pondrá mi corazón.

Atestiguando el paso que marcan mis zapatos,
fortaleciendo el alma vuelvo a ir,
a ser del tiempo un nuevo compañero,
a destejer el oído y la traición,
a festejar la mujer que quiero.

Acudiendo a la vida a calmar su alarido,
entorpeciendo el llanto vuelvo a ir,
a desamar la luz que va conmigo
para que el viento sople tu canción,
llevando la verdad como un abrigo.

RETRATO DE UN HÉROE, de Arturo Pérez Reverte - 29.8.11

Hay héroes en la vida real. No sólo en el cine, la tele o la literatura.
Usted y yo nos cruzamos con ellos con frecuencia, sin reconocerlos.
Es injusto, pero así son las cosas. La gente debería llevar su biografía escrita en la cara. En la mirada. A veces la lleva, pero no todo el mundo sabe leer allí. Pocos lo hacen.
De cualquier modo, las biografías visibles no son el caso. Los héroes pasan por nuestro lado sin que reparemos en ellos. Se sientan en la terraza del bar, se sujetan a la barra del metro o hacen cola en la oficina del paro, como tantos.
Conozco a uno con pinta de pobre diablo: un emigrante rumano que se busca la vida trabajando de albañil en lo que puede. Es joven, de maneras toscas. Un día, camino de la obra, vio que una anciana, a la que no conocía de nada, quería tirarse por la ventana de un tercer piso. El hombre trepó arriba como pudo y la estuvo sosteniendo, jugándose la vida en el vacío, hasta que llegaron los vecinos y los bomberos. Después se fue a acarrear ladrillos, como cada día, y agachó la cabeza cuando el capataz lo abroncó por llegar tarde.
Sé de otro héroe, entre tantos, con el que se cruzan algunos de ustedes de vez en cuando. Lleva casi treinta años salvando vidas, pero no se le nota.
Es un tipo callado. Discreto. Supongo que nunca me perdonaría que diese aquí su nombre, así que ni lo intento. Baste decir que hay quien lo admira y quien lo ama. Quien le lleva la cuenta de los rescates que ha realizado en el mar. Unos cuatro mil, calculan. Primero como buceador y luego en Salvamento Marítimo.
De manzanilla man, que dicen allí; porque, como las bolsitas de infusión, lo cuelgan con un cabo desde un helicóptero y lo sumergen en el agua para que trinque a la gente.
Duro que te rilas, imagínense.
El pavo. Una vez salió su foto en los periódicos, sujetando los intestinos de un fulano al que llevaban en una zodiac camino del buque hospital Esperanza del Mar.
Antes de evacuar al herido tuvo que reducir a hostias al tripulante que se paseaba por la cubierta del pesquero con un ataque de delirium tremens, llevando en la mano el cuchillo con el que acababa de rajar a su colega.
Hace un tiempo, el helicóptero donde volaba con tres compañeros cayó al agua frente a la costa de Almería. Cosas de la mala suerte. De que salga tu número.
Nuestro héroe es un hombre entrenado para esa clase de situaciones: sabe cosas que el común de los mortales ignoramos. Así que las puso en práctica por instinto de adiestramiento. Se llenó el pecho de aire segundos antes del impacto, hiperventiló mientras se inundaba la cabina, se zafó del arnés que lo ataba al helicóptero que se hundía, y subió a una balsa salvavidas. Allí cogió un cuchillo y una linterna, se quitó el chaleco inflado para poder sumergirse, y tras palpar la carne levantada en su cuero cabelludo y comprobar que pese al golpe y las heridas estaba entero, buceó de nuevo en busca de sus compañeros.
No los encontró. Agotado, volvió a la balsa.
No usó las bengalas de mano porque sabía que flotaba en una mancha de queroseno.
Lanzó una con paracaídas, se tumbó en la balsa y aguardó haciendo señales intermitentes con la linterna. Rescatado por una patrullera de la Guardia Civil, sus palabras en el hospital fueron «¡Cosedme ya, joder!... ¡Tengo que ir a por mis compañeros!».
Pero los tres habían muerto en el impacto.
Hubo medallas con distintivo rojo para los cuatro. Los muertos y el superviviente.
A menudo queda alguien para contarlo, aunque éste sea poco amigo de contar.
Aquel día, el telediario apenas mencionó la noticia: un helicóptero de rescate caído al mar y tres palabras del ministro del ramo. Punto.
Nada sobre quiénes eran los tres desaparecidos, qué los llevó a la muerte, cuántas vidas salvaron jugándosela durante años y años. Nada sobre el cuarto hombre. El que seguía vivo. El que se lamía las heridas.
Por aquellos días aún lo copaba todo el terremoto de Haití, más espectacular y vistoso. Comparados con las conexiones en directo desde Puerto Príncipe, tres rescatadores muertos eran poca cosa.
Para lo que sí hubo espacio fue para que la tele y los periódicos se ocuparan de las andanzas de Brad Pitt y Angelina Jolie. Sus vacaciones solidarias en no sé dónde.También en Haití, me parece.
Tan humanitarios ellos. Tan guapos y tan fashion.
Hágase un favor, estimado lector. A usted mismo. Cuando vaya hoy a tomar un café, una caña o lo que sea, preste atención al apoyarse en la barra del bar o la cafetería.
Tal vez haya a su lado un hombre o una mujer, solos o acompañados, mojando un churro en la taza, despachando un pincho de tortilla o tomándose una aspirina.
Tipos normales, como usted o como yo. Gente de infantería.
Obsérvelos de reojo y con respeto, porque nunca se sabe.
Quizá esté mirando a un héroe.

miércoles, agosto 24, 2011

A HOMERO, de Cátulo Castillo y Aníbal Troilo

Fueron años de cercos y glicinas,
de la vida en orsay, del tiempo loco.
Tu frente triste de pensar la vida
tiraba madrugadas por los ojos...
Y estaba el terraplén con todo el cielo,
la esquina del zanjón, la casa azul.
Todo se fue trepando su misterio
por los repechos de tu barrio sur.

Vamos, vení de nuevo a las doce...
Vamos que está esperando Barquina.
Vamos, ¿no ves que Pepe esta noche,
no ves que el viejo esta noche
no va a faltar a la cita?
Vamos, total, al fin, nada es cierto,
y estás, hermano, despierto juntito a Discepolín...

Ya punteaba la muerte su milonga,
tu voz calló el adiós que nos dolía;
de tanto andar sobrándole a las cosas,
prendido en un final, falló la vida.
Yo sé que no vendrás pero, aunque cursi,
te esperará lo mismo el paredón.
Y el tres y dos de la parada inútil,
y el resto fraternal de nuestro amor...

EL CORAZÓN AL SUR, de Eladia Blázquez

Nací en un barrio donde el lujo fue un albur,
por eso tengo el corazón mirando al sur.
Mi viejo fue una abeja en la colmena,
las manos limpias, el alma buena...
Y en esa infancia, la templanza me forjó,
después la vida mil caminos me tendió,
y supe del magnate y del tahúr,
por eso tengo el corazón mirando al sur.

Mi barrio fue una planta de jazmín,
la sombra de mi vieja en el jardín,
la dulce fiesta de las cosas más sencillas,
y la paz en la gramilla, de cara al sol.
Mi barrio fue mi gente que no está,
las cosas que ya nunca volverán...
Si desde el día en que me fui
con la emoción y con la cruz,
¡yo sé que tengo el corazón mirando al sur!

La geografía de mi barrio llevo en mí,
será por eso que del todo no me fui:
la esquina, el almacén, el piberío...
los reconozco... son algo mío...
Ahora sé que la distancia no es real,
y me descubro en ese punto cardinal,
volviendo a la niñez desde la luz,
teniendo siempre el corazón mirando al sur.

martes, agosto 23, 2011

SOBRE IMBÉCILES Y MALVADOS, de Arturo Pérez Reverte - 22.8.11

No quiero, señor presidente, que se quite de en medio sin dedicarle un recuerdo con marca de la casa.
En esta España desmemoriada e infeliz estamos acostumbrados a que la gente se vaya de rositas después del estropicio.
No es su caso, pues llevan tiempo diciéndole de todo menos guapo.
Hasta sus más conspicuos sicarios a sueldo o por la cara, esos golfos oportunistas -gentuza vomitada por la política que ejerce ahora de tertuliana o periodista sin haberse duchado- que babeaban haciéndole succiones entusiastas, dicen si te he visto no me acuerdo mientras acuden, como suelen, en auxilio del vencedor, sea quien sea.
Esto de hoy también toca esa tecla, aunque ningún lector habitual lo tomará por lanzada a moro muerto.
Si me permite cierta chulería retrospectiva, señor presidente, lo mío es de mucho antes.
Ya le llamé imbécil en esta misma página el 23 de diciembre de 2007, en un artículo que terminaba: «Más miedo me da un imbécil que un malvado».
Pero tampoco hacía falta ser profeta, oiga.
Bastaba con observarle la sonrisa, sabiendo que, con dedicación y ejercicio, un imbécil puede convertirse en el peor de los malvados.
Precisamente por imbécil.
Agradezco muchos de sus esfuerzos.
Casi todas las intenciones y algunos logros me hicieron creer que algo sacaríamos en limpio. Pienso en la ampliación de los derechos sociales, el freno a la mafia conservadora y trincona en materia de educación escolar, los esfuerzos por dignificar el papel social de la mujer y su defensa frente a la violencia machista, la reivindicación de los derechos de los homosexuales o el reconocimiento de la memoria debida a las víctimas de la Guerra Civil.
Incluso su campaña para acabar con el terrorismo vasco, señor presidente, merece más elogios de los que dejan oír las protestas de la derecha radical.
El problema es que buena parte del trabajo a realizar, que por lo delicado habría correspondido a personas de talla intelectual y solvencia política, lo puso usted, con la ligereza formal que caracterizó sus siete años de gobierno, en manos de una pandilla de irresponsables de ambos sexos: demagogos cantamañanas y frívolas tontas del culo que, como usted mismo, no leyeron un libro jamás.
Eso, cuando no en sinvergüenzas que, pese a que su competencia los hacía conscientes de lo real y lo justo, secundaron, sumisos, auténticos disparates.
Y así, rodeado de esa corte de esbirros, cobardes y analfabetos, vivió usted su Disneylandia durante dos legislaturas en las que corrompió muchas causas nobles, hizo imposibles otras, y con la soberbia del rey desnudo llegó a creer que la mayor parte de los españoles -y españolas, que añadirían sus Bibianas y sus Leires- somos tan gilipollas como usted.
Lo que no le recrimino del todo; pues en las últimas elecciones, con toda España sabiendo lo que ocurría y lo que iba a ocurrir, usted fue reelegido presidente.
Por la mitad, supongo, de cada diez de los que hoy hacen cola en las oficinas del paro.
Pero no sólo eso, señor presidente.
El paso de imbécil a malvado lo dio usted en otros aspectos que en su partido conocen de sobra, aunque hasta hace poco silbaran mirando a otro lado.
Sin el menor respeto por la verdad ni la lealtad, usted mintió y traicionó a todos.
Empecinado en sus errores, terco en ignorar la realidad, trituró a los críticos y a los sensatos, destrozando un partido imprescindible para España.
Y ahora, cuando se va usted a hacer puñetas, deja un Estado desmantelado, indigente, y tal vez en manos de la derecha conservadora para un par de legislaturas.
Con monseñor Rouco y la España negra de mantilla, peineta y agua bendita, que tanto nos había costado meter a empujones en el convento, retirando las bolitas de naftalina, radiante, mientras se frota las manos.
Ojalá la peña se lo recuerde durante el resto de su vida, si tiene los santos huevos de entrar en un bar a tomar ese café que, estoy seguro, sigue sin tener ni puta idea de lo que vale.
Usted, señor presidente, ha convertido la mentira en deber patriótico, comprado a los sindicatos, sobornado con claudicaciones infames al nacionalismo más desvergonzado, envilecido la Justicia, penalizado como delito el uso correcto de la lengua española, envenenado la convivencia al utilizar, a falta de ideología propia, viejos rencores históricos como factor de coherencia interna y propaganda pública.
Ha sido un gobernante patético, de asombrosa indigencia cultural, incompetente, traidor y embustero hasta el último minuto; pues hasta en lo de irse o no irse mintió también, como en todo.
Ha sido el payaso de Europa y la vergüenza del telediario, haciéndonos sonrojar cada vez que aparecía junto a Sarkozy, Merkel y hasta Berlusconi, que ya es el colmo.
Con intérprete de por medio, naturalmente.
Ni inglés ha sido capaz de aprender, maldita sea su estampa, en estos siete años.

lunes, agosto 22, 2011

SILLA EN LA VEREDA, de Roberto Arlt

Llegaron las noches de las sillas en la vereda; de las familias estancadas en las puertas de sus casas; llegaron, las noches del amor sentimental de "buenas noches, vecina", el político e insinuante "¿cómo le va, don Pascual?".
Y don Pascual sonrie y se atusa los "baffi", que bien sabe por qué el mocito le pregunta cómo le va.
Llegaron las noches...
Yo no sé qué tienen estos barrios porteños tan tristes en el día bajo el sol, y tan lindos cuando la luna los recorre oblicuamente. Yo no sé qué tienen; que reos o inteligentes, vagos o activos, todos queremos este barrio con su jardín (sitio para la futura sala) y sus pebetas siempre iguales y siempre distintas, y sus viejos, siempre iguales y siempre distintos también.
Encanto mafioso, dulzura mistonga, ilusión baratieri, ¡qué sé yo qué tienen todos estos barrios!; estos barrios porteños, largos, todos cortados con la misma tijera, todos semejantes con sus casitas atorrantas, sus jardines con la palmera al centro y unos yuyos semiflorecidos que aroman como si la noche reventara por ellos el apasionamiento que encierran las almas de la ciudad; almas que sólo saben el ritmo del tango y del "te quiero".
Fulería poética, eso y algo más.
Algunos purretes que pelotean en el centro de la calle; media docena de vagos en la esquina; una vieja cabrera en una puerta; una menor que soslaya la esquina, donde está la media docena de vagos; tres propietarios que gambetean cifras en diálogo estadístico frente al boliche de la esquina; un piano que larga un vals antiguo; un perro que, atacado repentinamente de epilepsia, circula, se extermina a tarascones una colonia de pulgas que tiene junto a las vértebras de la cola; una pareja en la ventana oscura de una sala: las hermanas en la puerta y el hermano complementando la media docena de vagos que turrean en la esquina.
Esto es todo y nada más.
Fulería poética, encanto misho, el estudio de Bach o de Beethoven junto a un tango de Filiberto o de Mattos Rodríguez.
Esto es el barrio porteño, barrio profundamente nuestro; barrio que todos, reos o inteligentes, llevamos metido en el tuétano como una brujería de encanto que no muere, que no morirá jamás.
Y junto a una puerta, una silla. Silla donde reposa la vieja, silla donde reposa el "jovie". Silla simbólica, silla que se corre treinta centímetros más hacia un costado cuando llega una visita que merece consideración, mientras que la madre o el padre dice:
-Nena; traete otra silla.
Silla cordial de la puerta de calle, de la vereda; silla de amistad, silla donde se consolida un prestigio de urbanidad ciudadana; silla que se le ofrece al "propietario de al lado"; silla que se ofrece al "joven" que es candidato para ennoviar; silla que la "nena" sonriendo y con modales de dueña de casa ofrece, para demostrar que es muy señorita; silla donde la noche del verano se estanca en una voluptuosa "linuya", en una charla agradable, mientras "estrila la d'enfrente" o murmura "la de la esquina".
Silla donde se eterniza el cansancio del verano; silla que hace rueda con otras; silla que obliga al transeúnte a bajar a la calle, mientras que la señora exclama: "¡Pero, hija! ocupás toda la vereda".
Bajo un techo de estrellas, diez de la noche, la silla del barrio porteño afirma una modalidad ciudadana.
En el respiro de las fatigas, soportadas durante el día, es la trampa donde muchos quieren caer; silla engrupidora, atrapadora, sirena de nuestros barrios.
Porque si usted pasaba, pasaba para verla, nada más; pero se detuvo.
¿Quién no se para a saludar? ¿Cómo ser tan descortés?
Y se queda un rato charlando. ¿Qué mal hay en hablar?
Y, de pronto, le ofrecen una silla. Usted dice: "No, no se molesten".
Pero, ¿qué? ya fue volando la "nena" a traerle la silla.
Y una vez la silla allí, usted se sienta y sigue charlando.
Silla engrupidora, silla atrapadora.
Usted se sentó y siguió charlando. ¿Y sabe, amigo, dónde terminan a veces esas conversaciones? En el Registro Civil.
Tenga cuidado con esa silla. Es agarradora, fina. Usted se sienta, y se está bien sentado, sobre todo si al lado se tiene una pebeta.
¡Y usted que pasaba para saludar!
Tenga cuidado. Por ahí se empieza.
Está, después, la otra silla, silla conventillera, silla de "jovies" tanos y galaicos; silla esterillada de paja gruesa, silla donde hacen filosofía barata ex barrenderos y peones municipales, todos en mangas de camiseta, todos cachimbo en boca. La luna para arriba sobre los testuces rapados.
Un bandoneón rezonga broncas carcelarias en algún patio.
En un quicio de puerta, puerta encalada como la de un convento, él y ella. El, del Escuadrón de Seguridad; ella planchadora o percalera.
Los "jovies", funcionarios públicos del carro, la pala y el escobillón, dan la lata sobre "eregoyenisme".
Algún mozo matrero reflexiona en un umbral. Alguna criollaza gorda, piensa amarguras.
Y este es otro pedazo del barrio nuestro.
Esté sonando Cuando llora la milonga o la Patética, importa poco.
Los corazones son los mismos, las pasiones las mismas, los odios los mismos, las esperanzas las mismas.
¡Pero tenga cuidado con la silla, socio! Importa poco que sea de Viena o que esté esterillada con paja brava del Delta: los corazones son los mismos...

CAUSA Y SINRAZÓN DE LOS CELOS, de Roberto Arlt

Hay buenos muchachitos, con metejones de primera agua, que le amargan la vida a sus respectivas novias promoviendo tempestades de celos, que son realmente tormentas en vasos de agua, con lluvias de lágrimas y truenos de recriminaciones.
Generalmente las mujeres son menos celosas que los hombres. Y si son inteligentes, aun cuando sean celosas, se cuidan muy bien de descubrir tal sentimiento, porque saben que la exposición de semejante debilidad las entrega atadas de pies y manos al fulano que les sorbió el seso.
De cualquier manera; el sentimiento de los celos es digno de estudio, no por los disgustos que provoca, sino por lo que revela en cuanto a psicología individual.
Puede establecerse esta regla: cuanto menos mujeres ha tratado un individuo, más celoso es.
La novedad del sentimiento amoroso conturba, casi asusta, y trastorna la vida de un individuo poco acostumbrado a tales descargas y cargas de emoción.
La mujer llega a constituir para este sujeto un fenómeno divino, exclusivo.
Se imagina que la suma de felicidad que ella suscita en él, puede proporcionársela a otro hombre; y entonces Fulano se toma la cabeza, espantado al pensar que toda "su" felicidad, está depositada en esa mujer, igual que en un banco.
Ahora bien, en tiempos de crisis, ustedes saben perfectamente que los señores y señoras que tienen depósitos en instituciones bancarias, se precipitan a retirar sus depósitos, poseídos de la locura del pánico.
Algo igual ocurre en el celoso.
Con la diferencia que él piensa que si su "banco" quiebra, no podrá depositar su felicidad ya en ninguna parte.
Siempre ocurre esta catástrofe mental con los pequeños financieros sin cancha y los pequeños enamorados sin experiencia.
Frecuentemente, también, el hombre es celoso de la mujer cuyo mecanismo psicológico no conoce.
Ahora bien: para conocer el mecanismo psicológico de la mujer, hay que tratar a muchas, y no elegir precisamente a las ingenuas para enamorarse, sino a las "vivas", las astutas y las desvergonzadas, porque ellas son fuente de enseñanzas maravillosas para un hombre sin experiencia, y le enseñan (involuntariamente, por supuesto) los mil resortes y engranajes de que "puede" componerse el alma femenina.
(Conste que digo "de que puede componerse", no de que se compone...)
Los pequeños enamorados, como los pequeños financistas, tienen en su capital de amor una sensibilidad tan prodigiosa, que hay mujeres que se desesperan de encontrarse frente a un hombre a quien quieren, pero que les atormenta la vida con sus estupideces infundadas.
Los celos constituyen un sentimiento inferior, bajuno. El hombre, cela casi siempre a la mujer que no conoce, que no ha estudiado, y que casi siempre es superior intelectualmente a él.
En síntesis, el celo es la envidia al revés.
Lo más grave en la demostración de los celos es que el individuo, involuntariamente, se pone a merced de la mujer.
La mujer en ese caso, puede hacer de él lo que se le antoja. Lo maneja a su voluntad. El celo (miedo de que ella lo abandone o prefiera a otro) pone de manifiesto la débil naturaleza del celoso, su pasión extrema, y su falta de discernimiento.
Y un hombre inteligente, jamás le demuestra celos a una mujer, ni cuando es celoso. Se guarda prudentemente sus sentimientos; y ese acto de voluntad repetido continuamente en las relaciones con el ser que ama, termina por colocarle en un plano superior al de ella, hasta que al llegar a determinado punto de control interior, el individuo "llega a saber que puede prescindir de esa mujer el día que ella no proceda con él como es debido".
A su vez la mujer, que es sagaz e intuitiva, termina por darse cuenta de que con una naturaleza tan sólidamente plantada no se puede jugar, y entonces las relaciones entre ambos sexos se desarrollan con una normalidad que raras veces deja algo que desear, o terminan para mejor tranquilidad de ambos.
Claro está que para saber ocultar diestramente los sentimientos subterráneos que nos sacuden, es menester un entrenamiento largo, una educación de práctica de la voluntad.
Esta educación "práctica de la voluntad" es frecuentísima entre las mujeres. Todos los días nos encontramos con muchachas que han educado su voluntad y sus intereses de tal manera que envejecen a la espera de marido, en celibato rigurosamente mantenido.
Se dicen: "Algún día llegará".
Y en algunos casos llega, efectivamente, el individuo que se las llevará contento y bailando para el Registro Civil, que debía denominarse "Registro de la Propiedad Femenina".
Sólo las mujeres muy ignorantes y muy brutas son celosas.
El resto, clase media, superior, por excepción alberga semejante sentimiento.
Durante el noviazgo muchas mujeres aparentan ser celosas; algunas también lo son, efectivamente. Pero en aquellas que aparentan celos, descubrimos que el celo es un sentimiento cuya finalidad es demostrar amor intenso inexistente, hacia un bobalicón que sólo cree en el amor cuando el amor va acompañado de celos.
Ciertamente, hay individuos que no creen en el afecto, si el cariño no va acompañado de comedietas vulgares, como son, en realidad, las que constituyen los celos, pues jamás resuelven nada serio.
Las señoras casadas, al cabo de media docena de años de matrimonio (algunas antes) pierden por completo los celos.
Algunas, cuando barruntan que los esposos tienen aventurillas de géneros dudosos, dicen, en círculos de amigas:
- Los hombres son como los chicos grandes. Hay que dejar que se distraigan. También, una no los va a tener todo el día pegados a las faldas... -
Y los "chicos grandes" se divierten...
Más aún, se olvidan de que un día fueron celosos...
Pero este es tema para otra oportunidad.

domingo, agosto 21, 2011

NO TE OLVIDES DE SER FELIZ, de Pablo Neruda

Muere lentamente quien no viaja,
quien no lee, quien no escucha música,
quien no halla encanto en si mismo.
Muere lentamente quien destruye su amor propio,
quien no se deja ayudar.
Muere lentamente quien se transforma en esclavo del habito,
repitiendo todos los días los mismos senderos,
quien no cambia de rutina,
no se arriesga a vestir un nuevo color
o no conversa con desconocidos.
Muere lentamente quien evita una pasión
Y su remolino de emociones,
Aquellas que rescatan el brillo en los ojos
y los corazones decaidos.
Muere lentamente quien no cambia de vida,
cuando está insatisfecho con su trabajo o su amor,
Quien no arriesga lo seguro por lo incierto
para ir detrás de un sueño,
quien no se permite al menos una vez en la vida huir de los consejos sensatos…
¡Vive hoy! - ¡Haz hoy!
¡Arriesga hoy!
¡No te dejes morir lentamente!
¡No te olvides de ser feliz!

EL PASEO REPENTINO, de Franz Kafka

Cuando por la noche uno parece haberse decidido terminantemente a quedarse en casa; se ha puesto una bata; después de la cena se ha sentado a la mesa iluminada, dispuesto a hacer aquel trabajo o a jugar aquel juego luego de terminado el cual habitualmente uno se va a dormir; cuando afuera el tiempo es tan malo que lo más natural es quedarse en casa; cuando uno ya ha pasado tan largo rato sentado tranquilo a la mesa que irse provocaría el asombro de todos; cuando ya la escalera está oscura y la puerta de calle trancada; y cuando entonces uno, a pesar de todo esto, presa de una repentina desazón, se cambia la bata; aparece en seguida vestido de calle; explica que tiene que salir, y además lo hace después de despedirse rápidamente; cuando uno cree haber dado a entender mayor o menor disgusto de acuerdo con la celeridad con que ha cerrado la casa dando un portazo; cuando en la calle uno se reencuentra, dueño de miembros que responden con una especial movilidad a esta libertad ya inesperada que uno les ha conseguido; cuando mediante esta sola decisión uno siente concentrada en sí toda la capacidad determinativa; cuando uno, otorgando al hecho una mayor importancia que la habitual, se da cuenta de que tiene más fuerza para provocar y soportar el más rápido cambio que necesidad de hacerlo, y cuando uno va así corriendo por las largas calles, entonces uno, por esa noche, se ha separado completamente de su familia, que se va escurriendo hacia la insustancialidad, mientras uno, completamente denso, negro de tan preciso, golpeándose los muslos por detrás, se yergue en su verdadera estatura.
Todo esto se intensifica aún más si a estas altas horas de la noche uno se dirige a casa de un amigo para saber cómo le va.