NUEVO ESPACIO PARA COMPARTIR

En esta foto se ven las montañas "abriendo sus puertas" para que entre la ruta y el río juntos al pueblo, quizás el más lindo de la Argentina, colgado al pie de esa piedra impresionante que es el cerro Fitz Roy.
Ese pueblo que nos invita a pasar es El Chaltén, en la patagónica Santa Cruz.
Esta página, es como esa puerta, que permite mirar en el lugar en que subo algunas de las cosas de mi archivo personal, que me acompaña a todas partes. La mayor parte de ellas, pertenecen a otra gente; otras, las menos, son propias.
Algunas, a algunos cercanos a mi vida, a mis afectos. A una parte de ellas, algunos hábiles talentosos les han puesto música.
Otras no la precisan.
Seguiré buscando y subiendo otras cosas por allí, nuevas y no tanto, las que de a poco se irán haciendo mías también.
Espero que las disfruten tanto como las disfruto yo.
Y si quieren subir algún comentario, será bienvenido..!
(rt)




viernes, octubre 01, 2010

HACE 10 AÑOS MORÍA LUIS RUBÉN DI PALMA, nota de N. Straimel del 1/10/00

Domingo 1 de octubre de 2000
LUTO EN EL DEPORTE: EL IDOLO MAXIMO DEL AUTOMOVILISMO ARGENTINO

Se mató el Loco Di Palma

Iba a cumplir 56 años el 27 de este mes.
Ayer murió al caerse en Carlos Tejedor el helicóptero que manejaba cuando volvía de ver a Marcos, uno de sus hijos, en Santa Rosa.
Fue un grande que triunfó en todas las categorías.
Y un tipo derecho que amaba la libertad.
NESTOR STRAIMEL
  
   El camino estaba cerrado por la nieve. Pero Di Palma decidió encararlo igual, por esa única mano que se abría entre los montículos acumulados a sus costados. Era el otoño de 1983, cerca de San Martín de los Andes.
   El Gacel iba a 60 para tomarle la mano al camino. Pero Luis se fue animando y aceleró algo más. Ya estaba a 100 cuando llegó la sorpresa. Una pickup estaba parada en el medio de la huella. No había por dónde pasar. No se podía frenar por el piso helado. Luis insultó al destino. El choque era inevitable. Cuando el Gacel estaba a medio metro de la pickup, Di Palma pegó un volantazo, subió al montículo de nieve de la izquierda, hizo que la cola del Gacel pegara contra el otro vehículo para enderezarlo y cayó, como en un pase de magia, del otro lado. El único saldo fue un pequeño bollo. "¿Te asustaste?", me preguntó, riéndose.
   Esa historia fue la primera que me vino a la mente ayer, cuando me enteré de la tragedia. Porque en aquel Gacel, junto al ídolo máximo del automovilismo argentino, iba sentado yo, un periodista que de vez en cuando se ponía el traje de navegante de rally.
   Fue un gusto que quise darme. Correr como copiloto de Di Palma. Compartir un auto y la velocidad con ese piloto fantástico, que más allá del oficio periodístico había sido mi ídolo. Aquella anécdota ocurrió cuando recorríamos los caminos para el Rally de la Argentina. Y en esos días aprendí a conocer a Luis de otra manera. Supe de su sencillez, de su locura espontánea, no fabricada. De sus chistes infantiles, de su humor pueblerino. Por todo eso hoy, sobre este teclado que se va llenando de lágrimas, me niego a revisar los archivos, a buscar datos y cifras. No quiero homenajearlo a Luis. El me putearía si se enterara que hago eso. Quiero recordar momentos compartidos, únicos, felices...
   El año pasado se le ocurrió ser candidato a intendente de su Arrecifes. Fui hasta allá para contar la elección interna del peronismo. Estaba seguro del triunfo de Di Palma, un tipo amado por su gente. Pero perdió. ¿Por qué? Después lo supe. Dos días antes de la votación, en un programa de TV, contó anécdotas para divertir a todos. Una de ellas estuvo referida a una señora que entonces era la intendenta de Arrecifes. Y Di Palma reveló que en su época del secundario se había acostado con esa señora, por entonces su profesora... El escándalo lo derrotó y lo primero que se le ocurrió decirme al otro día, casi textualmente, fue: "Menos mal que perdí... ¿Te imaginás lo que hubiese sido yo de intendente?"
   Vivió sus 55 años de ese modo. A su manera. Haciendo siempre lo que sentía. Por eso se quedó sin un peso. Porque no era chupamedias de los dirigentes, ni de los políticos, ni de los patrocinantes. Por eso podía compartir su vida con su mujer de siempre, la Tana, y con otra señorita que le había dado una hija hace tres años. Por eso le encantaba volar en cualquier aparato y asegurar que era mucho menos peligroso que correr en auto: "En el aire no hay banquinas, nadie viene de frente, ningún boludo te encierra...", decía con picardía.
   En aquel rally del 83 fuimos hasta Bariloche en su avión. Me explicó lo fácil que era manejarlo y, sin darme tiempo a reaccionar, me pasó los comandos. Fue el único instante en que me enojé en serio con él. Creí que estaba loco de verdad. Unos días después, ya en la carrera sobre un poderoso Audi Quattro Turbo, me enseñó que, más allá de su manejo excepcional, era el Loco sólo para afuera. Que sobre un auto veloz no necesitaba acercarse a los límites del peligro. Que quería ganar, pero que nunca arriesgaba su vida para eso.
   Conocí en aquellos tiempos a cuatro gurrumines traviesos que andaban por la casa de Arrecifes. Todos le salieron corredores porque no tenían otra opción. No porque el viejo Di Palma les hubiese incentivado esa profesión. Sino porque desde que nacieron vieron a un padre que les mostró desde el alma que su mayor felicidad era acelerar un auto de carrera.
   José Luis, Marcos, Patricio y Andrea se fueron haciendo "Di Palmas" de a poco. Viendo cada día a un viejo que vivía desordenadamente pero que lo único que les pedía era que fueran tipos derechos. Marquitos se transformó en su copia exacta. Hasta en ese flequillo rebelde que le cae sobre la frente. Un flequillo igual al de aquel Pibe que a los 19 años empezó a meterse en la piel de los tuercas. A fuerza de talento, de inventiva y sobre todo de libertad. A ese Pibe que después fue Idolo, Viejo, Loco...
   A ese Di Palma que a los cincuenta y pico se levantaba todos los días a las siete para preparar, solo, un nuevo Torino con el que pensaba reaparecer dentro de una semana en Rafaela, en el Turismo Carretera.

Cuentan que el Loco se cayó ayer con su helicóptero y se murió.
No me jodan...



PARA MAÑANA, de Ana María Ponce

Mañana, cuando no estemos, cuando todo se haya vuelto oscuro, cuando no nos quede tiempo para derrochar, ni sueño que desgajar entre besos.
Cuando mis manos se separen de las tuyas,
y tengamos que apretar los puños con resignación.
Cuando la boca no tenga más palabras,
y las palabras desaparezcan en un aturdido remolino.
Cuando el cuerpo deje de sentir la permanente compañía del miedo.
Cuando los oídos se acostumbren para siempre al silencio.
Cuando definitivamente no estemos.
Mañana, nosotros, los que fuimos vivos, los que reímos y lloramos,
y nos alimentamos amando, queriendo la vida.
Nosotros estaremos regresando, y la piel será una oscura mezcla de tierra y piedras.
Y los ojos serán un inmenso cielo. Y los brazos y los cuerpos se juntarán si saberlo.
Y este niño que quisimos estará allí, amándonos desde lejos,
sosteniendo nuestro grito eterno, abriendo nuestro vientre cálido.
Haciendo interminables y multiplicados los puños cerrados con dolor.