NUEVO ESPACIO PARA COMPARTIR

En esta foto se ven las montañas "abriendo sus puertas" para que entre la ruta y el río juntos al pueblo, quizás el más lindo de la Argentina, colgado al pie de esa piedra impresionante que es el cerro Fitz Roy.
Ese pueblo que nos invita a pasar es El Chaltén, en la patagónica Santa Cruz.
Esta página, es como esa puerta, que permite mirar en el lugar en que subo algunas de las cosas de mi archivo personal, que me acompaña a todas partes. La mayor parte de ellas, pertenecen a otra gente; otras, las menos, son propias.
Algunas, a algunos cercanos a mi vida, a mis afectos. A una parte de ellas, algunos hábiles talentosos les han puesto música.
Otras no la precisan.
Seguiré buscando y subiendo otras cosas por allí, nuevas y no tanto, las que de a poco se irán haciendo mías también.
Espero que las disfruten tanto como las disfruto yo.
Y si quieren subir algún comentario, será bienvenido..!
(rt)




martes, diciembre 27, 2011

DESARMA Y SANGRA, de Charly García

Tu tiempo es un vidrio, tu amor un fakir,
mi cuerpo una aguja, tu mente un tapiz.
Si las sanguijuelas no pueden herirte,
no existe una escuela que enseñe a vivir.
 
El angel vigía descubre al ladrón,
le corta las manos, le quita la voz,
la gente se esconde o apenas existe,
se olvida del hombre, se olvida de Dios.
 
Miro alrededor, heridas que vienen,
sospechas que van y aquí estoy,
pensando en el alma que piensa
y por pensar no es alma, desarma y sangra...

jueves, diciembre 22, 2011

OTRA VEZ UNA LEY ANTITERRORISTA, de Alejandro Alagia - 22.12.11

Lo que se creía que no volvería a pasar, ocurrió. Sabemos que la pulsión de todo poder punitivo es llevarse siempre algo a la boca.
Confiamos equivocadamente que los juicios por crímenes de masa cometidos por la última dictadura contra una parte de la población definida como enemiga terrorista, era suficiente para no repetir el error de inventar amenazas absolutas.
Por eso cuando se trata de violencia que habilita una ley, el principio que ha de seguirse es la cautela.
Pero los diputados del pueblo han servido un banquete para satisfacción de la ilusión punitiva.
Leemos el lenguaje de castigo del nuevo art. 41 que se quiere en el Código Penal:

“finalidad de aterrorizar a la población, o de obligar a las autoridades públicas nacionales o gobiernos extranjeros, o agentes de una organización internacional, a realizar un acto o abstenerse de hacerlo”.

La pena máxima se aumenta al doble si con el peligrosómetro normativo el juez detecta en cualquier delito una disposición subjetiva como la que la ley describe.
La ley no aumenta las penas únicamente cuando la población se aterroriza, o a una autoridad se le impide hacer o no hacer algo.
Lo que produce escalofrío es el mayor castigo por meras disposiciones internas que el juez observa como síntomas de un potencial enemigo.
Puro derecho penal de ánimo y de peligro.
Una variante normativa del viejo peligrosismo racista.
Sólo una minoría de fundamentalistas del castigo tiene a esta doctrina por verdadera.
Nunca antes el Congreso, desde la recuperación de la democracia, delegó tanto poder punitivo en favor de fuerzas de seguridad y jueces.
No hay nada más equivocado que consolarse con la imagen de banqueros o poderosos perseguidos o presos.
Es desconocer la naturaleza selectiva del poder punitivo.
Esta grave habilitación de más trato cruel la sufrirán grupos vulnerables de la población, sin que se afecte en lo más mínimo el lavado de dinero o la financiación del terrorismo.
Los miles de procesos abiertos en todo el país que criminalizan la protesta, prueban que los jueces no reconocen fácilmente como límite al poder punitivo, el contenido de derechos sociales y políticos constitucionales, o del derecho internacional de los derechos humanos.
Ningún organismo internacional ha podido definir conceptualmente al terrorismo.
Tampoco los sociólogos y criminólogos pueden.
Los juristas menos.
La voracidad punitiva no lo logró con el delincuente subversivo, el demonio o las brujas.
Quizá podríamos ofrecerle algo para que se lleve a la boca, lo que la mayoría reconoce como terrorismo: los delitos de lesa humanidad y genocidio.

* Profesor titular de Derecho Penal, UBA.

martes, diciembre 13, 2011

1984, de Eduardo Galeano - 1984

El Departamento de Estado de los Estados Unidos decide suprimir la palabra asesinato en sus informes sobre violación de derechos humanos en América Latina y en otras regiones.
En lugar de asesinato, ha de decirse: ilegal o arbitraria privación de vida.
Hace tiempo que la CIA evita la palabra asesinar en sus manuales de terrorismo práctico.
Cuando la CIA mata o manda matar a un enemigo, no lo asesina: lo neutraliza.
El Departamento de Estado llama fuerzas de paz a las fuerzas de guerra que los Estados Unidos suelen desembarcar al sur de sus fronteras; y llama luchadores de la libertad a quienes luchan por la restauración de sus negocios en Nicaragua.

DESAFIANDO, de Eduardo Galeano - 1983

Penachos de humo brotan de las bocas de los volcanes y de las bocas de los fusiles.
Los campesinos van a la guerra en burro, con un papagayo al hombro.
Dios era pintor primitivo cuando imaginó esta tierra de hablar suavecito.
Los Estados Unidos, que entrenan y pagan a los contras, la condenan a morir y a matar.
Desde Honduras la atacan los somocistas; desde Costa Rica, Edén Pastora la traiciona.
Y en eso viene el Papa de Roma.
El Papa maldice a los sacerdotes que aman a Nicaragua más que al alto cuello, y manda a callar, de mala manera, a quienes le piden que rece por las almas de los patriotas asesinados.
Tras pelearse con la católica multitud reunida en la plaza, se marcha, furioso, de esta tierra endemoniada.

ABRACADABRA, de Eduardo Galeano - Marzo de 2006

"Aquí no hay desaparecidos" fue, durante treinta años, la versión oficial en el Uruguay. Ahora empiezan a aparecer. Muertos en la tortura, enterrados en los cuarteles.
En el sepelio del primero de ellos, que el 14 de marzo congregó a una multitud en las calles de Montevideo, habló Eduardo Galeano.

Cada 14 de marzo, las uruguayas y los uruguayos que fueron presas y presos de la dictadura celebran el Día del Liberado.
Es algo más que una coincidencia.
Los desaparecidos que están empezando a aparecer, Ubagesner Chaves, Fernando Miranda, nos llaman a luchar por la liberación de la memoria, que sigue presa.
Nuestro país quiere dejar de ser un santuario de la impunidad, impunidad de los asesinos, impunidad de los ladrones, impunidad de los mentirosos, y en esa dirección estamos dando, por fin, después de tantos años, los primeros pasos.
Este no es un fin de camino. Es un inicio.
Mucho costó, pero estamos empezando el duro y necesario recorrido de la liberación de la memoria en un país que parecía condenado a pena de amnesia perpetua.
Todos los que aquí estamos compartimos la esperanza de que más temprano que tarde habrá memoria y habrá justicia, porque la historia enseña que la memoria puede sobrevivir porfiadamente a todas sus prisiones y enseña que la justicia puede ser más fuerte que el miedo, cuando la gente la ayuda.
Dignidad de la memoria, memoria de la dignidad.
En el desigual combate contra el miedo, en ese combate que cada uno libra cada día, ¿qué sería de nosotros sin la memoria de la dignidad?
El mundo está sufriendo un alarmante desprestigio de la dignidad.
Los indignos, que son los que en el mundo mandan, dicen que los indignados somos prehistóricos, nostalgiosos, románticos, negadores de la realidad.
Todos los días, en todas partes, escuchamos el elogio del oportunismo y la identificación del realismo con el cinismo, el realismo que obliga al codazo y prohíbe el abrazo, el realismo del vale todo y del arreglate como puedas y si no podés, jodete.
El realismo, también, del fatalismo.
El más jodido de los muchos fantasmas que acechan, hoy por hoy, a nuestro gobierno progresista, aquí en el Uruguay, y a otros nuevos gobiernos progresistas de América latina. El fatalismo, perversa herencia colonial, que nos obliga a creer que la realidad puede ser repetida, pero no puede ser cambiada, que lo que fue es y será, que mañana no es más que otro nombre de hoy.
Pero, ¿acaso no fueron reales, acaso no son reales, las mujeres y los hombres que han luchado y luchan por cambiar la realidad, los que han creído y creen que la realidad no exige obediencia?
¿No son reales Ubagesner Chaves y Fernando Miranda y todos los que están llegando, desde el fondo de la tierra y del tiempo, a dar testimonio de otra realidad posible?
Y todas y todos los que con ellos creyeron y quisieron, ¿no fueron, no siguen siendo reales?
¿Fueron irreales los verdugos, irreales las víctimas, irreales los sacrificios de tanta gente en este país que la dictadura convirtió en la mayor cámara de torturas del mundo?
La realidad es un desafío.
No estamos condenados a elegir entre lo mismo y lo mismo.
La realidad es real porque nos invita a cambiarla y no porque nos obliga a aceptarla. Ella abre espacios de libertad y no necesariamente nos encierra en las jaulas de la fatalidad.
Bien decía el poeta que un gallo solo no teje la mañana. No estuvo solo en la vida, y en la muerte no está solo, este criollo Ubagesner, de nombre tan raro, que hoy es un símbolo de nuestra tierra y nuestra gente.
Este militante obrero encarna el sacrificio de muchas compañeras y de muchos compañeros que creyeron en nuestro país y en nuestra gente, y que por creer se jugaron la vida.
Hemos venido a decirles que valió la pena.
Hemos venido a decirles que no se murieron por morir nomás.
Aquí estamos hoy, reunidos, para decirles qué razón tienen los tangos en eso de que la vida es un ratito, pero hay vidas que duran asombrosamente mucho, porque duran en los demás, en los que vienen.
Tarde o temprano nosotros, caminantes, seremos caminados, caminados por los pasos de después, así como nuestros pasos caminan, ahora, sobre las huellas que otros pasos dejaron.
Ahora que los dueños del mundo nos están obligando a arrepentirnos de toda pasión, ahora que tan de moda se ha puesto la vida frígida y mezquina, no viene nada mal recordar aquella palabrita que todos aprendimos en los cuentos de la infancia, abracadabra, la palabra mágica que abría todas las puertas, y recordar que abracadabra significa, en hebreo antiguo: "Envía tu fuego hasta el final".
Esta jornada, más que sepelio, es una celebración.
Estamos celebrando la memoria viva de Ubagesner y de todas y de todos las mujeres y los hombres generosos que en este país enviaron su fuego hasta el final, los que nos siguen ayudando a no perder el rumbo, y a no aceptar lo inaceptable, y a no resignarnos nunca, y a nunca bajarnos del caballito lindo de la dignidad.
Porque en las horas más difíciles, en aquellos tiempos enemigos, en los años de mugre y miedo de la dictadura militar, ellos supieron vivir para darse y se dieron enteros, se dieron sin pedir nada a cambio, como si viviendo cantaran aquella antigua copla andaluza que decía, y dice todavía, por siempre dice:
Tengo las manos vacías, pero las manos son mías...!!

LA CELESTE, QUE ESTUVO EN LOS CIELOS, de Eduardo Galeano - Julio de 2007

Hace más de medio siglo que el Uruguay fue campeón del mundo, en el inmenso estadio Maracaná.
Desde entonces, traicionados por la realidad, buscamos consuelo en la memoria.
Si aprendiéramos de ella, todo bien, pero no: nos refugiamos en la nostalgia cuando sentimos que nos abandona la esperanza, porque la esperanza exige audacia y la nostalgia no exige nada.
El Bebe Cóppola, de profesión peluquero, era también el director técnico del club de fútbol del pueblo de Nico Pérez.
Esta era la orientación ideológica que daba a sus jugadores:
“La pelota al suelo, los punteros bien abiertos y buena suerte muchachos…!”
El Bebe Cóppola no tuvo nada que ver con Maracaná.
Pero fue como si lo estuvieran escuchando: así de simple, así de bien, jugaron aquellos uruguayos la final de 1950.
Más de medio siglo después, todo al revés: jugamos al pelotazo y que Dios se apiade; nuestros punteros, los wings, los alados, ya no vuelan y parecen más bien sonámbulos que deambulan por el centro de la cancha; nuestro fútbol es cerrado, avaro, pesado; y la buena suerte no nos acompaña. Mucho no la ayudamos, la verdad sea dicha, aunque nos sobran ideólogos dispuestos a proporcionar inteligentísimas explicaciones a cada uno de nuestros desastres.
En aquella final de Maracaná, Uruguay cometió la mitad de las faltas que cometió Brasil.
Pero más de medio siglo después, abundan los uruguayos que dentro y fuera de la cancha confunden el coraje con las patadas, y creen que la garra charrúa es otro nombre del crimen. En los partidos internacionales, nunca faltan los inflamados locutores y los hinchas rugientes que antes gritaban: métale, métale, y ahora mandan: mátelo, mátelo. Y hasta hay expertos comentaristas que elogian lo que llaman la falta bien hecha, que es el asesinato cometido cuando el árbitro está de espaldas, y la patada de ablande, que es la que se propina cuando el partido recién empieza y el árbitro no se anima a echar a nadie.
Hemos llegado a creer que no hay nada más uruguayo que jugar al borde de la tarjeta roja. Y si el árbitro la muestra, y quedamos con diez jugadores, ésta es la prueba de que el rival juega con doce: el juez nos ha robado, una vez más, el partido.
Y entonces la autocompasión, pobrecito paisito, se nos llena de diminutivos.
A partir de Maracaná, en realidad, hemos ido de mal en peor.
Quizás algo tenga que ver la decadencia del fútbol con la crisis de la educación pública.
Nuestros años dorados han quedado muy atrás: en la década del veinte fuimos dos veces campeones olímpicos, en 1930 ganamos el primer campeonato mundial y 1950 fue nuestro canto del cisne. Aquellos milagros parecían inexplicables, en un país con menos gente que un barrio de Ciudad de México, San Pablo o Buenos Aires.
Pero desde principios de siglo nuestra educación pública, laica y gratuita había sembrado campos de deporte en todo el país, para educar el cuerpo sin divorciarlo de la cabeza y sin distinguir pobres de ricos.
Un drama de identidad.
Triste anda quien no se reconoce en la sombra que proyecta.
Y entre las causas de nuestra desdicha futbolera, que es la gran desdicha nacional, hay que mencionar también la venta de gente.
Exportamos mano de obra y también pie de obra.
Los uruguayos, habitantes de un país deshabitado, estamos desparramados por el mundo. Nuestros jugadores también. Tenemos 248 futbolistas profesionales en 39 países.
El fútbol es un deporte asociado, una creación colectiva, y no resulta nada fácil armar una selección nacional con jugadores que se conocen en el avión.

De fútbol somos.
El lenguaje cotidiano lo revela:
• quien no hace caso, no da pelota
• quien elude su responsabilidad o desvía la atención, tira la pelota afuera
• para enfrentar una crisis, hay que parar la pelota o ponerse la pelota bajo el brazo
• quien hace algo bien, mete un gol, y si lo hace muy bien, un golazo
• quien da una respuesta justa, pone la pelota cortita y al pie
• quien comete deslealtades, ensucia el partido, embarra la cancha, pega de atrás
• quien se equivoca por poquito, pega en el palo
• una buena respuesta es una buena atajada
• quien se descoloca en cualquier situación queda fuera de juego
• quien se equivoca feo se hace un gol en contra
• los niños muy niños están empezando el partido
• los viejos muy viejos están jugando los descuentos
• cuando la mujer echa de casa al marido infiel, le saca tarjeta roja

Los uruguayos, pueblo futbolizado, creemos que la patria se acabó en Maracaná. En el fondo, sospecho, el problema está en que todavía creemos en esta gran mentira impuesta como verdad universal, esta infame ley de nuestro tiempo que nos obliga a ganar para demostrar que tenemos el derecho de existir.
Pero nuestra mayor victoria en el Mundial de 1950 ocurrió después del partido que nos coronó en Maracaná.
Nuestro triunfo más alto encarnó en el gesto de Obdulio Varela, el capitán celeste, el caudillo del equipo.
Al fin del partido, él huyó del hotel y del festejo.
Y se fue a caminar y pasó la noche bebiendo en los bares de Río, callado la boca, de bar en bar, abrazado a los vencidos.

lunes, diciembre 12, 2011

DOCTOR GALARZA, de Eduardo Galeano

Hace muchos años, yo era un pibe, trabajé en un banco como cadete.
Me mandaban a las sucursales más lejanas.
Una vez llegué a Cerro Chato, que como su nombre lo indica, no tiene ningún cerro, ni alto ni bajo, ni chato.
Allí, la principal referencia era la casa del Doctor Galarza.
Todo quedaba a dos cuadras, a la vuelta, hacia la derecha o hacia la izquierda de la casa del Doctor Galarza.
Y pregunté si Galarza era abogado o médico.
Ninguna de las dos cosas, me dijeron los lugareños.
El viejo Galarza, el padre de este tipo, quería tener un hijo con diploma. Cuando el niño nació y su padre vio que no era digno de confianza, le puso de nombre Doctor.
Doctor de nombre y Galarza de apellido...

OKUPANDO A GÓNGORA, de Arturo Pérez Reverte - 28.11.11

Varias veces les he hablado en esta página del barrio de las letras de Madrid, donde hace tres siglos se cruzaban cada mañana, camino de comprar el pan, los periódicos o lo que se comprase entonces, Quevedo, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Góngora y el buen don Miguel de Cervantes, entre otros. Cada cual, como españoles de fina casta que eran, con sus fobias, envidias, desprecios y descalificaciones mutuas a punto de nieve.
También comenté en alguna ocasión que si un barrio con semejante pedigrí hubiera estado en Londres o París, todo el lugar sería hoy un inmenso museo al aire libre cuajado de bibliotecas, placas conmemorativas, monumentos y autobuses con turistas.
Pero donde está es en Madrid, a ver si me entienden.
Capital de España, o de lo que sea este puticlub de carretera.
Así que pueden imaginar la diferencia...
Una de esas diferencias ocurrió hace unos días.
Y lo más simpático no es la anécdota, sino su desarrollo y posterior tratamiento mediático.
Un grupo de okupas se había instalado, mediante el procedimiento tradicional de patada a la puerta y de aquí no me saca ni Kristo bendito, en una casa de la calle Huertas en la que vivió Góngora después de que su enemigo mortal Francisco de Quevedo comprase su anterior vivienda, a fin de darse el gustazo de echarlo a la calle.
La casa - ya hemos precisado que hablamos de Madrid - estaba hecha una piltrafa, decrépita y llena de escombros. Así que los okupas se instalaron tan ricamente con su parafernalia habitual, también llamada ajuar perroflauta de toda la vida. Con la seguridad, por otra parte, que a cualquier okupa bien informado le da saber con certeza absoluta que en España, líder mundial en libertades y derechos del hombre y la mujer, si te metes por el morro en una casa ajena, es seguro que entre el hecho, la demanda del propietario, la decisión judicial y la ejecución de la sentencia de desalojo, si llega a producirse, y dependiendo de que el juez sea compañero de carrera o colega de universidad del abogado de una parte o de la otra, pueden transcurrir veinte años. O más.
El caso es que esos inquilinos por la kara estaban instalados en la antaño gongorina y ahora ruinosa morada, gozando de pleno derecho las innumerables facilidades que la Justicia española en general y el Ayuntamiento de Madrid en particular prestan a esta suerte de bonitas iniciativas populares.
Pero siempre hay un pelo en la sopa.
En ésas, algún propietario desesperado, impaciente, y si rascamos un poco seguro que fascista, racista, machista, violento, homófobo y misógino -etiquetas que en España suelen atribuirse en bloque a cualquiera que no se baje los calzones y ofrezca el ojete sin rechistar - debió decidir que aquella situación la solucionaba él a título personal, por el artículo catorce. Así que cuatro individuos fornidos tiraron la puerta, cogieron a los okupas en brazos y los sacaron a la calle.
Acto reprobable, éste, que acogiéndome a la retórica al uso me apresuro a calificar - conste en acta para que no haya dudas sobre mi punto de vista ético - de terrorismo urbano.
Incluso de genocidio perroflauta.
De mi opinión debieron ser también los desalojados; pues en seguida pidieron apoyo a través de las redes sociales, y al poco se congregaron tres docenas de presuntos representantes del 15 - M exigiendo reparación aún más indignados si cabe; pues la policía, que acabó presentándose, no actuó contra los malvados desalojadores ni devolvió las cosas al statu quo ante. Como si no estuviera clarísimo y consagrado por el uso hispano que, entre patada a la puerta de un okupa y patada a la puerta de un propietario, el segundo es quien actúa al margen de la ley, y el primero es la verdadera víctima del asunto. Por favor. A estas alturas...
Por cierto: escalofriante testimonio sobre la demencial pesadilla sufrida por los desalojados - algunos periodistas parecían compartir su asombro y justa indignación - fue el de una joven que afirmó, aún nerviosa del soponcio, que lo había pasado muy mal al verse sacada así a la calle, de sopetón, y que lo que había hecho el propietario de la casa era una infamia social de las que no tenían nombre, ni apellidos.
Tras cuyo pertinente telediario, supongo, el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid enviaron con suma urgencia un equipo de psicólogos y psicólogas para aliviarle el trauma.
Eso me lleva a sugerir sin reservas que en las próximas okupaciones, tanto si son en las casas ruinosas de Góngora, Quevedo o Cervantes como en la del Payaso Fofó - que también tiene calles en España, y posiblemente en mayor número y con la placa más grande -, la policía abandone esa vergonzosa pasividad que me atrevo a calificar de filonazi y proteja de propietarios y otros energúmenos a quienes debe proteger.
Que para eso cobra, la muy perra.

sábado, diciembre 03, 2011

VIEJO, de Las Pastillas del Abuelo

Quien diga que soy ateo, que no creo en lo perfecto
que yo siempre en todo veo algún mínimo defecto.
Está muy equivocado porque yo no creo en dios
pero soy el portavoz de un ser humano criado
en la calle, en la pobreza, tiempos de corazón sano,
poca comida en la mesa, otra cabeza y los abuelos de Lugano.

En su escala de valores el pone siempre primero,
sobre todo, la importancia de un corazón entero.
Bien parado o en la lona, hay que ser buena persona,
dice aquel que a mi me guía, noche a noche y día a día,
noche a noche y día a día.

Quien diga que soy ateo esta muy equivocado,
como ya les he contado hay alguien en quien yo creo.
Suerte de mitología humana se hace presente ante a mi,
y en eso, así como así, embellece mis mañanas.
Gracias al que nació en un conventillo, al que creció en un potrero
y si creen que exagero, conózcanlo, pero antes sáquense el sombrero..!

En su escala de valores él pone siempre primero,
sobre todo, la importancia de un corazón entero.
Bien parado o en la lona hay que ser buena persona,
dice aquel que a mi me guía, noche a noche y día a día.
A él la vida le dio todo, y él le devolvió el doble,
de movida ofrece el codo y un corazón puro y noble,
Lo juro por mi pellejo: para mí, Dios es mi viejo.
Para mí, Dios es MI VIEJO..!