NUEVO ESPACIO PARA COMPARTIR

En esta foto se ven las montañas "abriendo sus puertas" para que entre la ruta y el río juntos al pueblo, quizás el más lindo de la Argentina, colgado al pie de esa piedra impresionante que es el cerro Fitz Roy.
Ese pueblo que nos invita a pasar es El Chaltén, en la patagónica Santa Cruz.
Esta página, es como esa puerta, que permite mirar en el lugar en que subo algunas de las cosas de mi archivo personal, que me acompaña a todas partes. La mayor parte de ellas, pertenecen a otra gente; otras, las menos, son propias.
Algunas, a algunos cercanos a mi vida, a mis afectos. A una parte de ellas, algunos hábiles talentosos les han puesto música.
Otras no la precisan.
Seguiré buscando y subiendo otras cosas por allí, nuevas y no tanto, las que de a poco se irán haciendo mías también.
Espero que las disfruten tanto como las disfruto yo.
Y si quieren subir algún comentario, será bienvenido..!
(rt)




jueves, abril 14, 2011

DIOS Y EL DIABLO EN EL TALLER, de Adrián Abonizio

Dios y el diablo van susurrando cosas a mi espalda,
la virgen en camisón se pasea, y del lado de la fábrica
suena un motor.
Sus bicicletas húmedas descansan en el pasillo,
el invierno vino colorado pero esta vez no hay vino,
para los dos.

Son dos desocupados más, lo justo se hizo moda
y el verso casi un verso de verdad, y el trabajo una zona que no está

Aburridos jugadores con los naipes marcados siempre en el siete,
la radio que habla sola y que trasmite el empate de Ferro y de Platense
cero a cero.
Se prohibe hablar del mundo en esas salas,
Dios y el Diablo van remendando madrugadas,
y no entiendo nada.

La virgen como mujer, los engaña, los consuela,
y les dice que a la vuelta siempre hay que pagar
Muchachos, hay que comer, salgan para el taller.

El diablo que se aburre, que hace sebo, que va al baño y fuma un caño
Dios, buen operario, cuida el puesto y entre dientes silba un tango
que habla de él.

"Vamos donde hay sol..!"
El Diablo que conoce mil lugares donde hay minas y algo como amor.

Dios dice "Hay que aguantar..!".
A mí con la hora extra ya me alcanza para hacerme un viaje a pie a Lujan.
Y cerca de las seis el pito que resuena en el tinglado entristece mucho más.

LOS QUE NO SALEN EN LA FOTO, de Arturo Pérez Reverte

También están ellos.
Y ellas, como diría algún ministro imbécil.
Los que no fueron a buscar nuevos campos de batalla para sus empresas. La pobre y maltrecha infantería que no es fiel sino a sí misma; y eso sólo cuando puede.
Los mercenarios en busca de un amo que les dé de comer, sea quien sea: cualquiera que asegure dos mil euros al mes y un futuro a corto o medio plazo.
Los que no se van con ademán heroico sino por la puerta pequeña, discretamente, dejando atrás a padres, madres y novios que los echan de menos.
Alejándose para mucho tiempo de la gente querida, a la que, muy de vez en cuando, visitan en vacaciones cada vez más cortas, sabiendo que no podrán estar con ellos cuando vayan al hospital, o mueran; y a los que, si alguien avisa con tiempo, quizá lleguen a acompañar en su entierro.
Aunque también puede ocurrir que haya suerte, y los padres, o el perro que acompañó su vida durante diez o doce años, esperen a morirse cuando están en casa, de vacaciones.
Se llaman María, Noemí, Héctor, Manolo.
Tienen cerca de cuarenta años, se fueron de España hace tres o cuatro, y no salen en los dominicales de los diarios: en esos patéticos reportajes dedicados a convencernos de lo orgullosos que debemos sentirnos de que el mundo esté salpicado de jóvenes españoles que se buscan la vida fuera.
A su edad no son tan fotogénicos.
No lucen posando con bata de laboratorio en Oslo, con gorro de cocinero en Berlín, con camiseta de baloncesto en Nueva York.
Ni siquiera valen para la foto en EPS o XLSemanal de camarero guapo y veinteañero que friega platos, sólo de momento, en un local de moda de Londres o Nueva York; entre otras cosas porque ni son veinteañeros ni guapos, y cuando friegan platos o sirven mesas, a su edad, puede ser para toda la vida.
Son seres vencidos sin segunda oportunidad, que saben lo seguirán siendo, sin remisión.
Sin otro anhelo que no ir a peor. No ir a menos.
Por ahí afuera andan, a miles.
Su generación ni siquiera es la de los aeropuertos, el ordenador portátil y el hotel barato, a la caza de mercados aunque sean modestos.
La suya es la del billete de ida, de las hipotecas imposibles de pagar.
La generación engañada por el espejismo y la irresponsabilidad de quienes pudieron hacer un país culto, trabajador y decente, y no lo hicieron.
De quienes, respaldados en las urnas por ilusiones y sueños de futuro, tenían la obligación de encauzar esto y no supieron, o les importó una mierda; y ahora siguen ahí, impasibles, cobrando el sueldo del partido, trincando los favores hechos a compadres.
Sin que nadie les diga fue por tu culpa, cabrón.
Sin que nadie, al cruzárselos cuando salen del restaurante de lujo o de dar conferencias, con esa cara de cerdos que les han puesto los años, la pasta, el estatus y el coche con chófer que nunca perdieron, les parta la cara.
Sus víctimas se fueron, eso es todo.
Sin hacer ruido, como digo.
Fueron cuarenta en clase del instituto y doscientos en el aula de la facultad, y todo para conseguir un título universitario que a nadie importa un carajo.
Que nadie les dijo que no sacaran.
Los sentenciaron a la cola del paro y les preguntaron mil veces, cuando eran mujeres, si estaban embarazadas o tenían hijos, en grotescos simulacros de entrevistas de trabajo.
Por su edad les habría correspondido agachar la cabeza, aceptar mil euros al mes, cerrar la boca, poner el culo -o el coño- y desangrarse con la hipoteca del piso y las letras del coche, como todo cristo.
Tragar y sobrevivir once meses soñando con el duodécimo de vacaciones baratas en Cancún. Se trataba de eso, o de tener el coraje, la desesperación, de organizarse con sus iguales para incendiar esta España de mierda.
Para conseguir, al menos, que los culpables tuviesen miedo o lo pagasen caro.
Pero eso resulta más fácil escribirlo que hacerlo; así que optaron por lo razonable: largarse de aquí.
Alejarse, sacudiendo de los zapatos el polvo de este paraje ingrato, envidioso y miserable, históricamente enfermo.
De esta ruin madrastra y sus turbios, desvergonzados, impunes secuaces.
Por eso están fuera, y no volverán si pueden evitarlo.
Hicieron lo más difícil, que fue saltar al vacío, echarse el macuto al hombro, internarse en territorio hostil, desconocido. Se buscaron la vida lo mejor que supieron, y así sobreviven, comen caliente, rehacen como pueden sus maltrechas vidas.
Ni siquiera pretenden ya reconciliarse con esta triste España que los echó a patadas.
Si van a morirse lejos, tan solos como viven, por ellos puede pudrirse esta mala perra.

COMO DOS EXTRAÑOS, de José María Contursi y Pedro Laurenz

Me acobardó la soledad
y el miedo enorme de morir lejos de ti.
¡Qué ganas tuve de llorar,
sintiendo junto a mí, la burla de la realidad!

Y el corazón me suplicó
que te buscara y que le diera tu querer.
Me lo pedía el corazón,
y entonces te busqué, creyéndote, mi salvación.

Y ahora que estoy frente a tí,
parecemos, ya ves, dos extraños.
Lección que por fin aprendí,
cómo cambian las cosas los años..!
Angustia de saber muerta ya,
la ilusión y la fe.
Perdón si me ves lagrimear,
los recuerdos me han hecho mal.

Palideció la luz del sol
al escucharte fríamente conversar.
Fue tan distinto nuestro amor,
y duele comprobar que todo, todo terminó.

¡Qué gran error volverte a ver
para llevarme destrozado el corazón!
Son mil fantasmas al volver,
burlándose de mí, las horas de ese muerto ayer...