NUEVO ESPACIO PARA COMPARTIR

En esta foto se ven las montañas "abriendo sus puertas" para que entre la ruta y el río juntos al pueblo, quizás el más lindo de la Argentina, colgado al pie de esa piedra impresionante que es el cerro Fitz Roy.
Ese pueblo que nos invita a pasar es El Chaltén, en la patagónica Santa Cruz.
Esta página, es como esa puerta, que permite mirar en el lugar en que subo algunas de las cosas de mi archivo personal, que me acompaña a todas partes. La mayor parte de ellas, pertenecen a otra gente; otras, las menos, son propias.
Algunas, a algunos cercanos a mi vida, a mis afectos. A una parte de ellas, algunos hábiles talentosos les han puesto música.
Otras no la precisan.
Seguiré buscando y subiendo otras cosas por allí, nuevas y no tanto, las que de a poco se irán haciendo mías también.
Espero que las disfruten tanto como las disfruto yo.
Y si quieren subir algún comentario, será bienvenido..!
(rt)




miércoles, febrero 01, 2012

SOBRE LIBROS, CAÑAS Y TAPAS, DE Arturo Pérez Reverte - 23.1.12

Unos cazan conejos o venados, y otros cazamos libros.
Transcurre una de esas mañanas frías y soleadas de Madrid, cuando las casetas de la cuesta Moyano se alinean en una luz cegadora con sus mostradores y tenderetes llenos de libros de lance.
Entre esos naufragios de librerías, pecios de bibliotecas, restos flotantes de vidas y mundos desaparecidos, me muevo atento y sigiloso como un francotirador adiestrado por viejos hábitos.
Dispuesto, como estipulan las reglas, a actuar sin piedad frente a otros eventuales cazadores, madrugándoles la pieza codiciada. Llevo así hora y media, mirando, tocando, husmeando como un depredador pertinaz, del mismo modo que mi teckel Sherlock lo haría, si su amo le permitiera hacerlo, tras el rastro de un codiciado jabalí.
Con el pálpito en el corazón y el hormigueo en los dedos sucios de buscar y rebuscar que siente todo psicópata de los libros en lugares como éste.
Ávido por cazar hasta sin hambre.
De colmar el zurrón aunque vaya bien repleto.
Saciado al fin, o casi, cargo con un botín que justifica el paseo: una biografía de Nelson, el
Napoleón de Ludwig -lo habré regalado cinco o seis veces-, el Viaje del Parnaso en edición crítica de Rodríguez Marín, la biografía de Engels de Tristam Hunt, tres novelas de Ágatha Christie y una de Eric Ambler. Entre los ocho libros, el desembolso total no llega a los setenta euros.
Sabiendo mirar con paciencia y atento a las ediciones de bolsillo, puede comprarse aquí una docena de libros por quince o veinte mortadelos. Eso incluye policíacos o de aventuras y grandes obras de la literatura universal. De Beau Geste o Adiós muñeca a La línea de sombra o Crimen y castigo.
Absolutamente todo.
Sin embargo, en este paraíso de libros y felicidad lectora que es la cuesta Moyano, hay cuatro gatos.
Menos de treinta personas se mueven por las casetas y los tenderetes.
Y eso, en día casi festivo como hoy; en que, con crisis como sin ella, bares y terrazas están llenos.
Como de costumbre, la charla con algunos amigos libreros ha sido un rosario de lágrimas y pesares. No se vende un carajo, es frase que lo resume todo.
Cada vez viene menos gente, y esto se muere. Y fíjate, añaden, que no hay lugar donde se concentre una oferta cultural tan extraordinaria y barata como ésta.
Escuchándolos, recuerdo con amargura una discusión que mantuve hace días en Twitter con algún cantamañanas que argumentaba, en defensa de la piratería salvaje y del todo gratis para todos -confundiendo cultura de fácil acceso con cultura impunemente saqueada-, que los libros son caros y eso justifica trincarlos de Internet por la patilla.
Lugares como la cuesta Moyano, las librerías de viejo o las ferias que los libreros de lance organizan con gran esfuerzo en diversos lugares de España, desmienten esa simpleza.
Y si es cierto que la novedad editorial alcanza en ocasiones precios indecentes, a quien desea tener un buen libro en las manos le basta darse una vuelta por lugares como éste con diez euros en el bolsillo. O con menos. El precio de una caña y una tapa.
Raro sería que no se fuese con tres o cuatro libros. O más.
Quien no compra un libro es porque no quiere, o porque no lee. No porque todos los libros sean caros. Así que déjenme de milongas y cuentos chinos.
Aunque, para cuento chino, el de las autoridades municipales con la cuesta Moyano.
Durante años, el ex alcalde Ruiz Gallardón desoyó el ruego de los libreros de que, para darle vida a aquello, instalase en el paseo algún chiringuito con terraza, que es lo único que atrae a la peña.
Si vienen a tomar copas, argumentaban, algún libro verán, porque estaremos enfrente.
El alcalde, naturalmente, se pasó la sugerencia por el forro del bastón municipal, argumentando competencias, permisos y ordenanzas que, por otra parte, nadie opone a la proliferación de bares y terrazas que llenan el centro de la ciudad. Y mucho temo que la nueva alcaldesa haga lo mismo, pues los libros no importan ni a los alcaldes.
De todas formas, previne a los amigos de Moyano, cuidado con las ideas, que tienen doble filo.
Un concejal avispado puede echar cuentas, concluyendo que el negocio sería mandar a los libreros a tomar por saco y montar en cada caseta un chiringuito de tapas, dándole la concesión a la empresa de algún compadre.
De libros, ni rastro; pero la verja del Retiro se pondría de bote en bote, con todo Madrid, turistas incluidos, dándose codazos con una copa en la mano: terrazas llenas, ambientazo, promoción en los telediarios, y muchos puestos de trabajo para camareros, que es la única profesión nacional en auge.
Ni crisis, ni leches. La cuesta Moyano, ahora sí, de plena moda.
Y viva España...!

EL TÉMPANO, de Juan Carlos Baglietto

A veces cuando pienso que todo está perdido,
voy hacia alguna de las formas de la muerte.
Me pego un tiro con una palabra
que alguna vez me fue tan transparente.

En la ternura del agua que corre,
me refugio en la llegada de unos trenes.
Sales de los mares, curvas de los puertos,
con mujeres descalzas en el verde.

Voy hacia el fuego como la mariposa,
y no hay rima que rime con vivir.
No te pares, no te mates,
sólo es una forma más de demorarse.

En las tardes tranquilas, cuando extraño todo,
siento que todo no es lo que perdí.
Una rosa de fe y aún a costa de perder
se pierde pero se gana.

La lucha es de igual a igual
contra uno mismo, y eso es ganar.
No te pares, no te mates,
sólo es una forma más de demorarse.

Recuerdo la quietud de la tierra, la quietud estaba adentro.
Se cree más en los milagros a la hora del entierro.
Este hombre trabajó, ¿quién escribirá su historia?
La cal reseca, la viuda que sueña, los amigos que siguen igual...

La gloria en zapatillas, el florero vacío.
¿Quién sabe si se puso a pensar: "para qué vivo?"...

Vivo para no perder!!!

lunes, enero 09, 2012

UN MARINO DECENTE, de Arturo Pérez Reverte - 9.1.12

Hace tiempo que no tecleo en plan abuelito Cebolleta, contando alguna peripecia histórica.
Así que refrescaré una que, en realidad, es epílogo de otra que ya referí hace tres años - Un gudari de Cartagena - sobre el combate del pesquero armado republicano Nabarra con el crucero nacional Canarias durante la Guerra Civil.
La acción tuvo lugar cerca del cabo Machichaco, y como señalé en su momento, es mi episodio favorito de la historia naval española del siglo XX. Lo que voy a contarles quizá contribuya a aclarar por qué.
El 5 de marzo de 1937, durante una acción contra un pequeño convoy republicano, las 13.000 toneladas y las cuatro torres dobles del Canarias, capaces de disparar proyectiles de 113 kilos, se enfrentaron a un humilde bacaladero de la Euzkadiko Gudontzidia - ikurriña en la proa y bandera española con franja morada a popa- armado con sólo dos cañones de 101.6 milímetros.
El combate fue brutal y sangriento: durante una hora, maniobrando con tenacidad suicida entre una fuerte marejada, el comandante del Nabarra, Enrique Moreno Plaza, un murciano al que la Enciclopedia Auñamendi llama «marino vasco nacido en la Unión» - confirmando, como dice mi amigo el marino y escritor Luis Jar, que los vascos nacen donde les da la gana -, y los cuarenta y ocho hombres de la dotación, lograron arrimarse lo bastante al crucero enemigo para sostener un combate que sus propios adversarios, en el parte oficial, calificarían de "eficaz y admirable".
Y al fin, en llamas, sin arriar bandera, el pequeño Nabarra se hundió con treinta hombres a bordo - imposible compararlos con los miserables que hoy se llaman a sí mismos gudaris -, incluido el comandante.
Con ellos murió también el cocinero, Pedro Elguezábal, que mientras se iban a pique, animado por una botella de coñac, enseñaba al Canarias un cuchillo desde la borda gritando: "Venid si tenéis huevos, cabrones...!!".
Ésa es la historia que conté hace tres años, aunque en folio y medio no me cabía el epílogo.
Uno de esos adversarios que calificaron de eficaz y admirable la hazaña del humilde Nabarra fue el tercer comandante del Canarias, Manuel Calderón.
Y ese marino de la escuadra nacional demostró, con su comportamiento tras el combate, una admiración por la valentía del enemigo derrotado, una compasión y una calidad humana que situaron en el mismo plano de grandeza moral, quizá por única vez en la sucia historia de nuestra Guerra Civil, a vencedores y vencidos; sobre todo en lo que se refiere al aspecto naval del conflicto, donde la saña de unos y otros desbordó la infamia, con asesinatos masivos de oficiales en la zona republicana y con una despiadada aplicación de la pena de muerte por parte de los tribunales franquistas a los marinos, mercantes o de guerra, capturados al bando enemigo.
Ése fue el caso de los diecinueve supervivientes del Nabarra, que fueron condenados a muerte tras su desembarco y prisión.
Y si no se cumplió la sentencia fue gracias a los esfuerzos del comandante del Canarias, capitán de navío Moreno, y sobre todo al tesón de su tercero, el capitán de corbeta Calderón, que removió cielo y tierra para salvar la vida de los vencidos. Calderón llegó al extremo de pedir una entrevista con el general Franco, en la que argumentó: "Esos hombres son unos héroes, y los héroes merecen vivir".
Tanto insistió una y otra vez en alabar el valor de aquellos diecinueve marinos, que para quitárselo de encima Franco acabó concediendo el indulto y la liberación inmediata de todos ellos. "Sáquelos de la cárcel - fueron sus palabras exactas -. Y luego invítelos a comer chipirones. Pero pague usted de su bolsillo".
Hubo algo más que chipirones.
Porque Manuel Calderón siguió velando el resto de su vida por los supervivientes del Nabarra. Buscó trabajo a unos, recomendó a otros y protegió a todos para que no sufrieran represalias.
Al marinero Lahoz le avaló un crédito bancario, al segundo oficial Olaveaga lo ayudó a obtener el título de capitán de la marina mercante, y cuando supo que al telegrafista Cahué le negaban trabajo en Baracaldo por sus antecedentes políticos, se presentó allí de uniforme, convocó al alcalde y al comandante de la Guardia Civil, y dijo que al día siguiente quería ver a Cahué trabajando.
Fue Manuel Calderón, en suma, un marino decente y un hombre de honor.
Con más gente como él, la suerte de la infeliz España habría sido entonces, y aún ahora, más afortunada de lo que fue y de lo que es.
La prueba de que los hombres del Nabarra le profesaron idéntica lealtad y aprecio es que cuando Calderón, soltero y sin hijos, murió en 1979 en una residencia de ancianos, sus antiguos enemigos en el combate de cabo Machichaco lo habían hecho padrino de treinta y dos hijos y nietos.

martes, diciembre 27, 2011

DESARMA Y SANGRA, de Charly García

Tu tiempo es un vidrio, tu amor un fakir,
mi cuerpo una aguja, tu mente un tapiz.
Si las sanguijuelas no pueden herirte,
no existe una escuela que enseñe a vivir.
 
El angel vigía descubre al ladrón,
le corta las manos, le quita la voz,
la gente se esconde o apenas existe,
se olvida del hombre, se olvida de Dios.
 
Miro alrededor, heridas que vienen,
sospechas que van y aquí estoy,
pensando en el alma que piensa
y por pensar no es alma, desarma y sangra...

jueves, diciembre 22, 2011

OTRA VEZ UNA LEY ANTITERRORISTA, de Alejandro Alagia - 22.12.11

Lo que se creía que no volvería a pasar, ocurrió. Sabemos que la pulsión de todo poder punitivo es llevarse siempre algo a la boca.
Confiamos equivocadamente que los juicios por crímenes de masa cometidos por la última dictadura contra una parte de la población definida como enemiga terrorista, era suficiente para no repetir el error de inventar amenazas absolutas.
Por eso cuando se trata de violencia que habilita una ley, el principio que ha de seguirse es la cautela.
Pero los diputados del pueblo han servido un banquete para satisfacción de la ilusión punitiva.
Leemos el lenguaje de castigo del nuevo art. 41 que se quiere en el Código Penal:

“finalidad de aterrorizar a la población, o de obligar a las autoridades públicas nacionales o gobiernos extranjeros, o agentes de una organización internacional, a realizar un acto o abstenerse de hacerlo”.

La pena máxima se aumenta al doble si con el peligrosómetro normativo el juez detecta en cualquier delito una disposición subjetiva como la que la ley describe.
La ley no aumenta las penas únicamente cuando la población se aterroriza, o a una autoridad se le impide hacer o no hacer algo.
Lo que produce escalofrío es el mayor castigo por meras disposiciones internas que el juez observa como síntomas de un potencial enemigo.
Puro derecho penal de ánimo y de peligro.
Una variante normativa del viejo peligrosismo racista.
Sólo una minoría de fundamentalistas del castigo tiene a esta doctrina por verdadera.
Nunca antes el Congreso, desde la recuperación de la democracia, delegó tanto poder punitivo en favor de fuerzas de seguridad y jueces.
No hay nada más equivocado que consolarse con la imagen de banqueros o poderosos perseguidos o presos.
Es desconocer la naturaleza selectiva del poder punitivo.
Esta grave habilitación de más trato cruel la sufrirán grupos vulnerables de la población, sin que se afecte en lo más mínimo el lavado de dinero o la financiación del terrorismo.
Los miles de procesos abiertos en todo el país que criminalizan la protesta, prueban que los jueces no reconocen fácilmente como límite al poder punitivo, el contenido de derechos sociales y políticos constitucionales, o del derecho internacional de los derechos humanos.
Ningún organismo internacional ha podido definir conceptualmente al terrorismo.
Tampoco los sociólogos y criminólogos pueden.
Los juristas menos.
La voracidad punitiva no lo logró con el delincuente subversivo, el demonio o las brujas.
Quizá podríamos ofrecerle algo para que se lleve a la boca, lo que la mayoría reconoce como terrorismo: los delitos de lesa humanidad y genocidio.

* Profesor titular de Derecho Penal, UBA.

martes, diciembre 13, 2011

1984, de Eduardo Galeano - 1984

El Departamento de Estado de los Estados Unidos decide suprimir la palabra asesinato en sus informes sobre violación de derechos humanos en América Latina y en otras regiones.
En lugar de asesinato, ha de decirse: ilegal o arbitraria privación de vida.
Hace tiempo que la CIA evita la palabra asesinar en sus manuales de terrorismo práctico.
Cuando la CIA mata o manda matar a un enemigo, no lo asesina: lo neutraliza.
El Departamento de Estado llama fuerzas de paz a las fuerzas de guerra que los Estados Unidos suelen desembarcar al sur de sus fronteras; y llama luchadores de la libertad a quienes luchan por la restauración de sus negocios en Nicaragua.

DESAFIANDO, de Eduardo Galeano - 1983

Penachos de humo brotan de las bocas de los volcanes y de las bocas de los fusiles.
Los campesinos van a la guerra en burro, con un papagayo al hombro.
Dios era pintor primitivo cuando imaginó esta tierra de hablar suavecito.
Los Estados Unidos, que entrenan y pagan a los contras, la condenan a morir y a matar.
Desde Honduras la atacan los somocistas; desde Costa Rica, Edén Pastora la traiciona.
Y en eso viene el Papa de Roma.
El Papa maldice a los sacerdotes que aman a Nicaragua más que al alto cuello, y manda a callar, de mala manera, a quienes le piden que rece por las almas de los patriotas asesinados.
Tras pelearse con la católica multitud reunida en la plaza, se marcha, furioso, de esta tierra endemoniada.